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sábado, 6 de abril de 2013

La Serpiente que Se Muerde la Cola (5).

"La Serpiente" no se acordaba de su abuelo, pero sabía muchas cosas sobre él, y la más importante de todas era que lo habían matado a sangre fría mientras lo tenía en brazos. "La Serpiente" idolatraba a su abuelo, del que había heredado el apodo y la necesidad de hacerle honor. Con apenas 16 años, "La Serpiente" ya imponía su ley del terror en el patio de su colegio, y estaba destinado a hacerlo en otros muchos sitios.

Mil años, habían condenado a los asesinos de su abuelo a mil años, pero uno de ellos no iba a cumplir ni quince, esa misma mañana lo habían soltado. Cuando le diero la noticia, le costó creerlo. ¿Como era posible? ¿Cómo podía ser la justicia tan injusta? ¿Cómo podía matar a un abuelo en presencia de su nieto salir tan barato?

Ni podía ni iba a consentirlo.

La Serpiente" había empuñado su primera arma de fuego tan pronto como tuvo la suficiente fuerza como para apretar el gatillo, y fueron armas oficiales. Pocos cosas más irregulares y contrarias al reglamento, pero era el nieto de "La Serpiente". Para cuando se convirtió en un adolescente, ya era un más que aceptable tirador. "El nene tiene a quien salir", constataban orgullosos los admiradores de su abuelo.

Fue uno de esoa admiradores el que le había conseguido la pistola. Limpia, sin delitos a sus espaldas, de un origen imposible de rastrear. La entrega tuvo lugar en un discreto bosque a una hora muy discreta. Les acompañaba "Bob", el fiel pastor alemán de "La Serpiente".

-¿Tendrás cojones de hacerlo, chaval?

El muchacho se puso en pie y, sin dudar ni por un segundo, le descerrajó dos tiros en la cabeza a "Bob".

-¿Tú que crees?

Pregunta contestada.

Ahora, "La Serpiente" iba en busca el asesino de su abuelo. No sería difícil encontrarle, el muy cabrón se paseaba tranquilamente todas las tardes por el centro de la ciudad. Como si no tuviera las manos manchadas de sangre.

Y lo mejor del caso es que él, "La Serpiente", era menor. Iba a vengar a su abuelo y no le iba a pasar absolutamente nada. Puede que la justicia fuera justa después de todo, pues era igual de injusta para todo el mundo.

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