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jueves, 4 de abril de 2013

La Serpiente que Se Muerde la Cola (3)

El asesinato de "La Serpiente" creó una auténtica conmoción en la policía. Aunque retirado, él no había perdido el contacto, y todavía había un buen puñado de peces muy gordos que sentían auténtica veneración por "La Serpiente" y la vieja escuela policial de la que había sido el principal abanderado.

"No te preocupes, chaval, encontraremos a esos hijos de puta y desearán no haber nacido, te lo juro por mis santos cojones", fueron las palabras que el comisario jefe del distrito central le había susurrado a uno de los hijos de "La Serpiente" al terminar el entierro.

Así pues, se levantó la veda y se comenzó la caza de los asesinos. Cada agente de la ciudad se lanzó con todas sus fuerzas a intentar averiguar quiénes habían sido los responsables del crimen. Las motivaciones eran múltiples: para los más veteranos, tener la honda satisfacción de propiciar que su idolatrada "Serpiente" fuera vengada; paro los más jóvenes, la perspectiva de agradar -y mucho- a sus superiores, con un más que probable ascenso.

El inspector Vega realmente no estaba ni entre los unos ni entre los otros: "La Serpiente" nunca le cayó especialmente simpático, y en lo referente a la promoción interna, a esas alturas no tenía muchas expectativas de subir más en el escalafón. El inspector Vega iba a intentar coger a aquellos criminales simplemente porque era su obligación profesional, porque era un trabajador honrado. Como quedo dicho, las actitudes del inspector Vega no eran las más adecuadas para trepar en el mundo laboral

No obstante, y contra todo pronóstico, Vega dio con un pista que le llevó primero al coche en el que habían huido los pistoleros, y, montado en dicha pista, a un par de sospechosos.

"¡Cojonudo, Vega, que me los traigan de inmediato!"

El comisario jefe no podía disimular su euforia cuando Vega en persona le dio la noticia por teléfono. "¡Pobres diablos!", pensó Vega. Obviamente no iba a ser como habría sido hace cuatro décadas -entonces los habrían matado a puñetazos en la sala de interrogatorios- pero alguna serie de guantazos curiosos seguro que les iba a caer.

"Aunque, por otra parte, ¿por qué sentir la más mínima piedad por unos tipos que habían matado a sangre fría a un anciano en presenvia de toda su familia y mientras jugaba con su nietecito?", se preguntó Vega.

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