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jueves, 18 de abril de 2013

Historia de un Colegio Imaginario que Jamás Existió: 341 Kilómetros (1).

Viajes de estudios. A José Luis Trestuestes siempre la había parecido un concepto bastante curioso. ¿Por qué extraña razón para los alumnos las ciudades más dignas de estudio siempre son la que tienen playa?

En cualquier caso, allí estaban. Se visitarían un par de museos y unas ruinas romanas, por aquello de que hay que cumplir el expediente. El resto del tiempo, sol y playa; noche y discoteca. Todo ello dentro de un orden, claro está. (Después de todo, aquello no dejaba de ser el viaje de estudios de un colegio). Las normas habían quedado bien claritas antes de venir, y el que se las saltara, que se atuviera a las consecuencias.

Moncho Carrapeita se las saltó a las primeras de cambio, por supuesto. Tenía un prestigio que mantener y, en cualquier caso, ser malo siempre es mucho más divertido que ser bueno.

La situación era del todo previsible, más tontos eran ellos por haber confiado en él y haberle traído. A Trestuestes le habría encantado haber hablado con el elemento la noche antes, pero el estado en que lo trajeron no se prestaba al diálogo sosegado. De hecho, ni tan siquiera se tenía en pie. "Llamadme Gus", que como buen novato no se había librado de ir, comentó: "¡Qué pena que beban así, por beber! Aunque creo que si mi primer opción de ocio fuera emborracharme, yo también me acabaría dando al alcohol". ("Llamadme Gus" siempre cuenta los chistes más malos en el peor momento).

-De entrada, la factura de los destrozos la va a pagar tu padre.

Carrapeita se encongió de hombros. Su padre pagaba muchas facturas, ¿qué importaba una más?

-Pregunta si aceptan tarjetas.

Carrapeita hijo era todo un chulo. Había tenido un muy buen maestro en su padre.

-¡No te pases, Carrapeita!

-¡No me chilles, anda, que me duele la cabeza del resacón! Échame la bronca en voz bajita, y rápido, que me quiero bajar con la gente a la playa.

-No va a haber más playa, Carrepeita. Tú y yo nos vamos ahora mismo de vuelta. Ya quedó bien clarito que, a la primera, se os expulsaba del viaje.

Carrapeita levantó una ceja y se rio con la prepotencia marca de la casa.

-¿No me digas? ¿Te vas a hacer cuatro horas para llevarme y otras cuatro para volver?

-Sí.

Carrapeita estaba tranquilo: "el Trestuestes" iba de farol. Quería meterle miedo, pero no lo iba a conseguir. Él era mucho mejor jugador de póquer.

-¡Venga, venga, que a ti y a mí nos da mucha pereza meternos en el coche! Te digo que lo siento mucho y que estoy muy arrepentido -que es lo que quieres oír-, mi padre paga lo que sea y ya está. Yo ahora me voy a la playa.

-¡Tú ahora te vas a hacer la maleta y te espero abajo en media hora!

Carrepeita sonrió de nuevo y miró con cierto paternalismo a los ojos de Trestuestes.

-¡Que sí, que vale! ¡Hala, me bajo a la playa!

Veinte minutos después José Luis Trestuestes y Moncho Carrapeita -sin equipaje- se incorporaban a la autopista de camino a casa.

Esta vez, Carrapeita había evaluado mal -muy mal- la situación.

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