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sábado, 13 de abril de 2013

El Cumpleaños de Ithar (6).

La guerra contra los americanos y compañía había sido corta, gracias a Dios, aunque no terminaba de terminarse y había traido consecuencias para el país: había menos comida y estaba menos rica. Estaba más que claro: habían perdido, por mucho que en la tele no pararan de decir lo contrario.

Pero a Ithar le daba igual, ya no había que pegar tiros en el frente y eso era lo importante. Lo que no sabía era cuánto duraría la paz, cuánto tardaría aquel loco (cada día pensaba así más, aunque no se pudiera decir) de Saddam en volver a meter a todo el país en una guerra.

Ante tal panorama, Ithar sólo pensaba en que pronto le tocaría hacer el servicio militar. Tal pensamiento le tenía bloqueado. Había dejado la escuela y ahora trabajaba de repartidor de una tienda de comestibles local. Una actividad que le permitía comerse la cabeza mientras iba de una casa para otra, comerse la cabeza con su única obsesión: ¿coincidiría su periodo obligatorio en el ejército con alguna guerra?

Hasta que, inexorable, llegó el tan temido día. Sin duda, su padre debía de haber sido bastante importante, porque su madre consiguió que lo destinaran a un cuartel a una hora por carretera del pueblo.

Y, en resumen, aquello tampoco estuvo tan mal: la alargada sombra de aquel padre al que nunca conoció y del que prácticamente nada sabía era alargada, y los oficiales de ese sitio era considerablemente más blandos con el que con el resto de los reclutas. Además de que, lo mejor de todo, no parecía que el país fuera a entrar en guerra con nadie.

Ithar era una persona muy diferente cuando terminó el servicio militar, aunque no al modo de otros. Ithar no se lincenció siendo más despierto, duro y pícaro, sino que terminó su paso por el ejército siendo más feliz. Él había cumplido y la cochina guerra había pasado de largo por su vida sin rozarle.

Ahora, quizás, sólo quizás, era el momento de plantearse que había que vivir.

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