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martes, 17 de julio de 2012

Es un Truhan, Es un Señor.

Un contundente salivazo le había aterrizado en todo la mejilla izquierda, pese a que los agentes habían hecho todo lo posible para protegerlo en el corto trayecto de la puerta del juzgado al furgón policial.

Recién sentado en el vehículo, Alonso Díaz Garpey, en un tiempo no muy lejano "señor Díaz Garpey", extrajo un pañuelo de su bolsillo y se limpió la líquida agresión con una naturalidad y una clase que dejaron boquiabierto al inspector Vidascuña. ¡Y lo había hecho sin que le quitaran las esposas! Sin duda, ese truhan era todo un señor, como en la canción.

-Sabe, inspector, yo no siempre fui tan golfo. De hecho, era un niño muy bueno, muy formal y muy honrado.

-¿De veras?

-Sí, ejemplar. El orgullo de mi mamá, la delicia de las monjitas del parvulario. Por ejemplo, un día mi papá me mandó a comprar pan, la pobre chica debía de ser nueva, porque me dio la vuelta de 1000 en vez de 100. Yo la saqué de su error y ella, agradecida, me regaló una rosquilla. Luego, en casa -con el mayor de los orgullos- le comenté lo sucedido a mi padre. ¿Sabe lo que me dijo? "¡Imbécil, si la chica es tonta, es problema suyo y que ella pague las consecuencias! No le has hecho ningún favor, al contrario, así no va a espabilar nunca". Yo intenté explicarle que llevarme aquel dinero me parecía robar -¡inocente de mí!- y mi padre me recetó un tortazo para que se me curara la inocencia. "¡El mundo es de los listos, hijo, que no se te olvide nunca!" Y, bueno, ya ve, aprendí la lección.

-Pero usted se ha quedado con el dinero de unos pobres huérfanos...

-Sí, entre otras muchas cosas que ya irán saliendo, pero es la supervivencia de los mejores. Yo fui más listo que toda esa pobre gente, ahora ustedes han sido más listos que yo, aunque admita que si ese cobarde de García Pez no se hubiera ido de la lengua, jamás me habrián pillado. Ese fue mi error, nunca debí confiar en él: los tontos siempre acaban queriendo hacerse los listos y lo arruinan todo. Pero de nada sirve ahora lamentarse, es pura selección natural, estoy fuera. ¡Ay, mi querido inspector, si es que lo reprobable no es delinquir, sino que te pillen!

-¿Eso cree?

-¡Oh, sí! Bueno, al menos me queda la satisfacción de saber que mi padre se habría sentido orgulloso de comprobar a cuántos palurdos les robe cuando "me dieron el cambio".

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