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miércoles, 18 de julio de 2012

El Consejo del Maestro.

Jinzoaga se repanchingó en su recién estrenado butacón de cuero y suspiró satisfecho. Había costado, pero ahí estaba él. Detrás de la misma mesa de despacho que ocupara hacía 30 años su maestro Máquez Prada. Él estaría, sin duda, satisfecho.

Recordaba su primera entrevista. El amigo de su padre le había conseguido un puesto en el equipo de redacción. En realidad, era la última pulga del último mono, pero estaba y eso era lo importante. De repente, un día le dijeron que el jefazo quería verle. ¿A él?, ¿para qué?

Tocó la puerta con la máxima reverencia.

-Pase.

-Con permiso.

Allí, detrás de una mesa de despacho más grande que una de billar, estaba el gran Márquez Prada.

-Hola, ¿eres tú el tal Jinzoaga?

-Sí, señor Márquez Prada.

-Me han dicho por ahí que chapurreas algo de vascuence.

-Bueno, algo sé, señor Márquez Prada -en efecto, sus abuelos por parte de madre algo le habían enseñado en los veranos infantiles en el País Vasco-.

-Es que mira, voy a dar una conferencia en San Sebastíán, y me gustaría decir algo al despedirme, para darles por el culo a mis detractores. ¡Es lo último que se esperan de mí! Es que, como ya sabrás, yo soy demócrata de toda la vida...¡Hay que joderse, si me oyera el Caudillo! Pero bueno, nuevos tiempos, nuevos amos, y hay que adaptarse.

-Puede decir: "Eskerrik asko. Laster arte".

-¿Y eso qué es?

-"Gracias. Hasta pronto".

-"Esquerricasco. Lasterarte", a ver que me lo apunte...

-¿Algo más?

-No, te puedes marchar...Bueno, sí, te voy a dar un consejo, que me has caído simpático: "si quieres que te vaya bien en esta profesión, conciencia laxa, lengua fluida y esfínter fléxible". 

Jinzoaga sonrió. Había seguido a rajatabla el consejo, y no le había ido mal.

Pero que nada mal.

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