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lunes, 16 de julio de 2012

El Anochecer Sobre La Sierra (y Epílogo).

Las vueltas que da la vida nos sorprenden a todos, incluso a hombres que -como Percañón- se han pasado media existencia haciendo acrobacias y piruetas.

Ahora era él que iba sentado en el asiento trasero de un moderno caza, de un modo no del todo reglamentario y con la orden expresa de no tocar nada. Ahora era él el que estaba feliz y emocionado. Ahora era él que contemplaba un anochecer sobre la sierra.

En ese momento del que sería, sin duda. su último vuelo de veras, se le agolparon en la memoria, como una manada de leones emocionales que se apelotona enjaulados en un corazón demasiado pequeño, todos los momentos decisivos en su vida vividos en el aire. Había amado y odiado a partes iguales, había sido profundamente feliz e increiblemente desdichado, había sentido la euforia y el miedo de un modo que ningún otro mortal podría comprender.

Y ahora él era el viejo, del mismo modo que el "Chato" lo había sido. Rompió a llorar, no de pena o dolor, sino por la emoción producido por darse cuenta de que, sin duda, la suya había sido una existencia plena, que podía afirmar de un modo irrefutable que había vivido.

Algo parecido debía de haber sentido el "Chato" en el Phantom hacía ya tanto tiempo.

-¡Qué bonito está el cielo!, ¿verdad?

-Sí, capitán, está precioso.

El coronel Creus no había podido ser su chófer, como le habría gustado, así que había encomendado la misión a un joven capitán. Tanto, que ni había nacido cuando Percañón ya volaba Phantoms.

-Señor, ¿le puedo hacer una pregunta?

-Adelante.

-Usted voló misiones de combate en el 95, ¿verdad?

-En efecto.

-¿Qué se siente?

-Me alegro de que me haga esa pregunta, capitán.


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