Contra todo pronóstico, y seguramente gracias a una oportuna orden de alejamiento judicial por la vía express, el profesor Candegosa no volvió a saber de Lerdecaño hasta septiembre.
Picado por la curiosidad, investigó el expediente del Lerdecaño junior y se puso en contacto por vía telefónica con el centro donde había hecho los estudios secundarios.
-¿Que se metió al mar y casi se ahoga? ¡Eso no es nada, a mí se me declaró en huelga de hambre!
-¿Huelga de hambre?
-Sí, por la Matemáticas de Primero de Bachiller.
-¿Y que hizo usted?
-¡Joder, lo único que podía, aprobarle al nene!
-¡Mal hecho, que por su culpa mire en qué situación me veo yo!
-Ya, si yo, al principio, inflexible, pero es que ya llevaba cuatro días e iba a llamar a la prensa. ¡Imáginese el encándalo para un colegio tan serio como el nuestro!
-Si yo me pongo en su lugar, pero a ver qué hago yo ahora.
-Hombre, de momento, rezar para que el nene haga un buen examen. ¿Cuándo lo tiene?
-Dentro de tres días.
-Pues nada, lo dicho, ¡que Dios reparta suerte!
-Oiga, ¿y usted cree que habría llegado hasta el final con lo de la huelga!
-Me temo que sí, había un precedente muy inquietante.
-¿De huelga de hambre?
-No, pero apareció a la salida de clase con un tablón y se arreó una docena de golpetazos a espalda desnuda.
-¿Y eso fue?
-Lengua de Sexto de Primaria.
-¡Madre mía de mi vida!
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