Todavía con la amarga impresión de tan desagradable recuerdo, la mente de profesor Candegosa volvió a la playa.
-Mire, señor, cuénteme lo que sea y déjeme en paz de una vez, por favor. A ver, ¿qué detalles son esos?
-Pues, que no sé nadar.
-¿Perdón?
-¡Que no tengo ni la menor idea de cómo se nada!
Entonces, en décimas de segundo, el cerebro del profesor Candegosa resolvió la ecuación e intentó reaccionar, pero ya era tarde. Como alma que lleva el Diablo, el plasta de Lerdecaño había salido corriendo y se internaba peligrosamente en lo hondo.
-¡Señor, por lo que más quiera, que eso que va a hacer es una locura!
-¡Si me ahogo, que es lo más probable, lo llevara sobre su conciencia toda la vida!
-¡Hay que joderse!
¿Qué hacer? Pues lo único que podía, seguir al tío aquel, al tiempo que gritaba: "¡socorristas, que llamen a los socorristas!"
Tres hombres de la Cruz Roja tres fueron necesarios para reducir al señor Lerdecaño y devolverlo a la orilla. Fue preciso también un boca o boca, cuya ejecución fue echada a suertes entre los socorristas.
-¿Y dice usted que todo este numérito es porque usted ha suspendido al nene de aquí "La Sirenita Kamikaze"?
-Sí, exacto.
-¿Y por qué no le aprueba y en paz?
-Pues igual me lo voy a tener que ir planteando.
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