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sábado, 21 de julio de 2012

El Cinquillo (2).

De rodillas, desde la misma puerta de su despacho hasta la mismísima puerta de su automóvil, aparcado a unos cincuenta metros de la puerta de la Facultad. Así había acompañado el señor Lerdecaño al profesor  Candegosa tras la funesta entrevista de junio.

Con las manos enlazadas en actitud de súplica, con los ojos como un gatito pidiendo un poco de leche, y en completo silencio, de este modo lo había seguido por el pasillo, en el ascensor y por toda la acera. Obviamente, un creciente grupo de curiosos -alumnos en su mayoría- se había unido a la procesión, con los previsibles niveles de incredulidad y guasa.

-¡Por favor se lo pido, levántese, hombre de Dios, que está dando el espectáculo!

-¡Favor por favor, apruebe usted a mi hijo!

-¡Que ya le he dicho que no es posible!

-¡Contémpleme, humillado, rendido, hincado de rodillas ante usted, apelando a su misericordia!

-¡Si no es cuestión de que usted se hinque de rodillas, lo que se tiene que hincar aquí son los codos de su hijo!

-¡Él ha hecho todo lo posible!

-Bueno, pues tiene que hacer un poco más, que se aplique este verano y en septiembre lo saca.

-¡Apruébele, un cinquillo!

-Además, ¿dónde está él? ¿Por qué no ha venido a revisar el mismo el examen?

-¡Apruébele, un cinquillo!

Una vez que hubo ganado el interior del coche, el señor Lerdecaño salió corriendo y de inmediato se plantó en mitad de la calzada, impidendo la salida de cualquier vehículo.

El profesor Candegosa se puso a tocar el claxon como un poseso, sin resultado alguno. Mientras, la multitud, de unos 100 alumnos ya, empezó a corear: "¡que lo atropelle, que lo atropelle, que lo atropelle!"

Por fin, los fornidos hermanos Varela, bedeles ambos por oposición, lo retiraron, no sin antes tener que vencer una pertinaz oposición.

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