Había dejado de volar, ni siquiera lo había intentado. Después de los Phantoms y los EF-18, pilotar un avión de pasajeros lo habría hundido en una depresión, por muy bien pagado que estuviera.
Afortunadamente, su viejo compañero de fatigas Pisuerga -que se había ido del Ejército cuando llegaron los monoplaza EF-18- le había echado una mano y lo había metido en la misma empresa para la que él trabajaba, centrada en el mundo de la seguridad privada. Cuando uno ha liderado cazas en combate, diseñar y coordinar un equipo de vigilancia para una cadena de supermercados no tiene mucho misterio.
Fue a través de Pisuerga que Percañón se enteró que el "Chato" había fallecido hacia un par de años. Contra todo pronóstico, la noticia no dejó indiferente a Percañon, que la recibió con un fuerte sentimiento de nostalgia. Seguramente, después de su experiencia en combate percibía a aquel hombre no como un "enemigo rojo", sino como un compañero en la dura experiencia de enfrentarse a la guerra y la muerte. Era, ahora sí, su "camarada".
En el verano de 2009, para celebrar que hacía 30 años que se habían conocido, Francisco Percañón y Menchu planearon una escapada romántica a Sevilla. Allí, tomando cosas buenas en un bar del centro, un caballero se acercó a la pareja.
-¿Se acuerda usted de mí?
La pregunta era absurda, ¿cómo no acordarse del hombre junto al que se entró en combate?
-¡Hombre, Creus! ¡Cuántos años! ¿Qué es de tu vida? ¿Sigues en el Ejército?
-Sí, Coronel Creus Ávila, jefe del Ala 11 de Morón.
Percañón asintió orgulloso. Siempre supo que el chaval llegaría muy lejos.
-Ya operáis con los Eurofighter, ¿no?
-Afirmativo.
-¡Menuda maravilla de bicho, lo que daría por pegarme un paseito en uno de ellos!
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