El comandante Festeta no pudo reprimir una sonora carcajada.
-¡No me jodas, Percañón!
Pero Francisco no se reía. Aquello era muy importante para él.
-Me debe una muy gorda.
El comandante Festeta también retomó la seriedad. El chaval tenía razón. Hacía seis años, en la base de Talavera la Real, aquel muchacho -con su presencia de ánimo- les había salvado la vida a los dos. Un ave se había estrellado contra la cabina del reactor T-33 de entrenamiento, hiriendo al entonces capitán instructor Festeta y dejándole inconsciente. En la cabina delantera, el alférez estudiante Percañón -en su primera salida en ese tipo de aeronave- recibió y ejecutó la orden de acciónar el sistema de salto en paracaídas de ambos pilotos, puesto que intentar él aterrizar el avión habría resultado suicida.
-¡Bien hecho, alférez! Espero que la vida me conceda la oporunidad de devolverte el favor -le había dicho Festeta en la cama del hospital.
Y esa ocasión había llegado.
Menchu y Francisco llevaban ya dos años viéndose, al estilo de los novios de los de antes, los de paseos por El Retiro y batidos en una cafetería. Francisco acababa de estrenar su nueva estrella de capitán, y tenía la sensación de que había llegado el momento de dar el gran paso. Pero no terminaba de decidirse...
Y entonces llegó la casualidad para darle el empujoncito que le hacía falta: se enteró de que Festeta había dejado el Ejército del Aire y ahora volaba con Iberia, coincidiendo en algunas ocasiones con Menchu.
-De acuerdo, Percañón, lo haré.
El segundo complice era su habitual compañero de fatigas, también flamante capitán.
-¡Pisuerga, tú de esta misión de hoy, oigas lo que oigas y veas lo que veas, ni palabra a nadie!
Y así fue como un vuelo de Iberia procedente de Roma se vio, de repente, escoltado por un Phantom del Ejército del Aire, a requerimiento del comandante del avión comercial. Oficialmente, se había perdido a causa de un fallo de los sistemas. Para no alarmar al pasaje -y evitar que hubiera más testigos de los necesarios- el caza se situó junto a la cabina de mandos, de modo que sólo era visible desde ésta.
-Señorita Menchu, venga un momento a la cabina, por favor -sonó por megafonía.
-¿Qué querrá ahora el pesado este?
-Ni idea, chica.
Un tanto contrariada, Menchu abrió la puerta de la cabina.
-¡Usted dirá, comandante!
Éste, muerto de risa. se limitó a señalar la ventanilla de su izquierda. Menchu se asomó confundida. Allí, un avión militar los escoltaba muy de cerca. En la cabina delantera, el piloto -que se había despojado de casco y máscara de oxigeno- mostraba un cartel con una mano, mientras dominaba al avión con la otra.
"¿Te quieres casar conmigo?", decía.
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