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viernes, 6 de julio de 2012

El Anochecer Sobre la Sierra (5).

-Es de cuando la Batalla del Jarama...¡Menuda! Seguro que ha oído hablar de ella.

-Sí.

El abuelo de Francisco no había hablado de otra cosa durante sobremesas y sobremesas.

-¡Este soy yo!

Vencido por la curiosidad, Francisco enfocó la mirada en la cara marcada por aquel arrugado dedo. En efecto, el rostro era más joven, pero la mirada era la misma.

Francisco devolvio la fotografia con un lacónimo "muy interesante".

"Señoras y señores, en quince minutos tomaremos tierra en Paris", anunció el comandante. El anciano puso una mueca de cierta decepción, como el niño al que se le acababa su paseo en la noria. Estaba disfrutando cada segundo de ese vuelo. Volvió a alargar el cuello y se asomó a la ventanilla. Estaba anocheciendo. Era la guinda de aquel pastel para él.

-¡Ver anochecer entre nubes! ¿Hay algún espectáculo más bonito?

Francisco giró los ojos hacia la ventanilla. Era cierto, fuera cual fuera el avión, sin importar cuántas veces se hubiera visto antes, la puesta de sol aérea siempre era un espectáculo digno de verse.

El avión tomó tierra sin mayor novedad. Francisco se dispusó a intentar salir de allí lo antes posible. Un vuelo que no se presentaba mal del todo había terminado siendo un completo desastre.

-Bueno, camarada, le he escrito mis señas en Madrid, por si alguna vez le apetece que nos tomenos un café y hablemos de aviones.

Francisco no le soltó un guantazo allí mismo porque se trataba de un pobre viejo. "¿Camarada", ¿el rojo le había llamado "camarada"? Enfiló el pasillo presa de un tremendo enfado, con aquel pedado de papel estrujado en el puño, y la firme intención de tirarlo en la primera papelera que encontrara.

-¡Adiós, mi teniente! ¡Veo que lleva prisa!

La azafata siempre estaba de buen humor después de aterrizar en Paris.

-Perdón...Adíos, señorita.

-¿Cónoce usted Paris?

-No, es mi primera visita.

-Ah...-la azafata le arrebató el pedazo de papel y anotó algo- pues llámeme y, si quiere, le enseño la Torre Eiffel. Por cierto, me llamo Menchu.

Ella había decidido que, después de todo, el chaval se merecía una oportunidad.

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