-Maja la muchacha, ¿eh? ¡En eso no hemos cambiado los aviadores, yo también perseguía faldas con su edad, por mucha guerra que hubiera de por medio! -Francisco se limitó a asentir por compromiso y seguir tomándose su pechuga de pollo prefabricada. El anciano alargó el pescuezo y miró por la ventanilla- ¡Qué alto vamos! ¿Cuánto será esto?
-30.000 pies -Francisco siempre había creído que su cortesía era ilimitada, pero quizás no era así.
-¡Caramba! Yo con el "Chato" no subía tanto...Es que no teníamos oxígeno, ¿sabe?
-Ya.
Francisco volvió a su sueño de pega, cada vez más confundido e irritado por esa situación, donde se contraponían una buena perspectiva romántica y una muy desagradable confraternización con el odiado enemigo rojo.
De nueva ella, ahora con el café. De nuevo, había que lanzarse al ataque.
-¿Azúcar, señor?
-No, a mí el café me gusta tomarlo bien amargo, al contrario que otras cosas, que me gustan dulces.
-Ja,ja,ja, de acuerdo, señor.
"Por ahí vas mal, aviadorcito".
Francisco intuyó que había pinchado con su ataque de machote simpaticón. ¡Maldita sea!
-¡Mire, le voy a enseñar una cosa!
Francisco se giró, al límite mismo del: "¡déjame en paz de una vez, rojo!". El anciano estaba sacando algo de una viejísima cartera plagada de mil documentos, fotos y papeles, como las de todos los viejos.
-Es una foto de mi escuadrilla. Hace mucho tiempo que no se la enseño a nadie, pero me apetece que usted la vea.
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