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miércoles, 4 de julio de 2012

El Anochecer Sobre la Sierra (3).

-Bueno, pues no le molesto más con mis preguntas.

Francisco zanjó así la conversación. Incómodo, se echó hacia un lado para evitar si tan siquiera rozarse con su compañero de viaje, como si el izquierdismo fuera infecto-contagioso.

El avión empezó a carretear, quedaban minutos para el despegue. El anciano se revolvió nervisoso en su asiento y empezó a mirar a todos lados, con los ojos de un niño en mañana de Reyes. ¡Había esperado tanto tiempo para volver a vivir ese momento!

Francisco simuló estar dormido. Era la mejor manera de evitar tener que volver a hablar con el rojo ese, y, además, tenía que dejar bien claro a todo el pasaje en general y a la azafata en particular, que aquel despegue tan emocionante para todos a él le daba hasta sueño.

El comandante metió máxima potencia. El avión comenzó a acelerar, cada vez más deprisa, dando pequeños botecitos ocasionados por los baches en la pista.

-¡Coño, esto es potencia y no lo que tenía mi "Chato"!

Francisco ignoró el comentario. Odiaba aquellos despegues tan lentos. Su Phantom estaba en el aire en la mitad de tiempo.

El anciano por su parte, disfrutó cada minuto del despegue: las sensaciones recuperadas se mezclaron con la nostalgia de tantos años. Y hasta se le escapó una lagrimita.

-¡Bueno, ya estamos en el aire, aunque esta vez no toca medirse a nadie!-remató el anciano.

Francisco siguió haciéndose el dormido durante un buen rato. Hasta que llegó la azafata con su carro de comida.

-Perdón, ¿desea tomar algo el señor?

No se le ocurría mejor excusa para poner fin a aquella farsa a Morfeo.

-Por supuesto, señorita. ¿Qué me puede ofrecer?

El cazador y su sonrisa de Paul Newman habían trabado combate con la presa indefensa.

(Eso se creía él).

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