El Anochecer Sobre la Sierra (2).

-¿Fue usted piloto, entonces?

A Francisco siempre le gustó ir directo al grano. El ancianito, como quien se percata de que se le ha escapado algo indebido, se limitó a encogerse de hombros con cierto sonrojo e intentar salirse por la tangente.

-No...Bueno, sí, pero de eso hace muchisimo...¡Y seguro que a usted lo último que le apetece es que un viejo carcamal le aburra con sus batallitas!

-¡No, todo lo contrario, yo también soy piloto...piloto militar, caza y ataque, destinado en el escuadrón 122 de la base de Torrejón, vuelo en los Phantoms!

Según iba detallando su currículum, Francisco se iba poniendo cada vez más excitado. La linda azafata, que no estaba lejos de allí, pensó que se trataba de un truco del muchacho para intentar llamar su atención e impresionarla. Se limitó a darle un descanso a su peremne sonrisa y resoplar. ¡Cómo si no tuviera bastante con los pilotitos de la compañía, encima ahora le caía uno militar en el pasaje! Aunque, ahora que le observaba de reojo y mejor, el chaval era mono, y no llevaba anillo de casado...

-¿Phantoms? Esos son americanos, ¿no? La verdad es que, desde que deje de volar, no he seguido mucho la actualidad aeronaútica.

-¡Los Phantoms son lo mejor que tenemos! ¿Qué pilotaba usted?

Acorralado, el ancianito sólo acertó a balbucear.

-Chatos.

-¿Chatos?

-Si, el nombre oficial era Polikarpov I-15, pero nosotros los llamábamos "Chatos".

-Pero...¡Ése era un avión de los "rojos"!

-En efecto.

Francisco Percañón Prado-Casas era hijo, nieto y hermano de oficiales de infantería, que lo consideraban la oveja negra de la familia por haberse convertido en un "gavioto", o sea, oficial de aviación. Decir que aquella familia era conservador es quedarse corto: cuando cuatro años antes Arias Navarro había anunciado la muerte de Franco, las mujeres rompieron a llorar a moco tendido, mientras los hombres se fundían en viriles abrazos.

Y ahora, Paquito, el pequeño, estaba a punto de poner rumbo aéreo a París sentado junto a aviador de los rojos.