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sábado, 14 de julio de 2012

El Anochecer Sobre La Sierra (13).

-¿Cómo fue todo por Yugoslavia, mi comandante?

-Coser y cantar, Robledano.

El joven cabo sonrió, al tiempo que ayudaba a su superior a bajar la escalinata del EF-18. Era un gusto y una satisfacción servir a las órdenes de gente como el comandante Percañón, tíos de verdad, con todo muy bien puesto. A él le habría gustado que también lo hubieran mandado para allá. Bueno, quizás en el próximo destacamento.

-Bienvenido a casa, mi comandante

No había nadie más esperándole. El gran recibimiento había sido por la tarde, cuando el grueso del destacamente había aterrizado en Torrejón. Él había llegado a las 2 de la mañana porque se había tenido que quedar en la base de Aviano unas horas, cerrando unos imprevistos flecos del relevo con el Ala 15. Bueno, mejor así, no le gustaban los folklores.

-Gracias, Robledano. Mis cosas están en el contenedor bajo el plano izquierdo, descárguelas y llévelas al escuadrón.

-'Susórdenes, mi comandate.


El comandante Percañón metió su casco y su máscara de oxígeno en la bolsa de vuelo, eso quería llevarlo el personalmente, y emprendió el camino de la pista a la oficina del Escuadrón 122. ¿Cuántas veces habría hecho ese mismo camino? Seguramente, miles. Pero aquella era diferente.

Había cambiado mucho desde la primera vez que pisó ese asfalto, cuando no era más que un niñato engreído con galones de teniente. Ahora era un guerrero, un veterano de siete misiones reales de bombardeo. Sin duda no eran muchas, para ya podía afirmar que un enemigo le había disparado bien en serio y él había logrado sobrevivir. Eso le hacía sentirse especial y orgulloso.

Pero, por otro lado, estaba el incómodo asunto del miedo. En todos y cada uno de los ataques, la misma sensación: la angustia en la boca, el sudor en el cuello, el remolino en el estómago...Por fortuna, había conseguido sobreponerse y cumplir con su misión pese a la terrible tentación de salir huyendo. Era todo como se lo habia descrito el rojo aquel hacía ya bastantes años. En cierto modo, eso también le llenaba de orgullo: era casi un valiente.

Pero, pese a la agradable sensación de saber has cumplido con tu Ejército y tus apellidos, Percañón no era feliz. Por lado, sabía que sus días de vuelo estaban próximos a tocar a su fin, y con ello cumplir con lo prometido a su esposa y, por otro. una idea maldita y canalla -acaso morbosa- no paraba de rondarle el pensamiento, por mucho que luchara por desterrarla: ¿habría matado a alguien? Sus bombas habían tenido como objetivo depósitos de munición o repetidores de transmisiones, pero era más que probable que por allí también hubiera personas...

¡No pienses en eso, coño!

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