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miércoles, 27 de junio de 2012

La Placita (y 9).

"Mira, ese cabronazo no va a trabajar más en su vida".

Estas fueron las palabras que el empleado del Ministerio de Asuntos Socales le dedicó a su compañero de oficina mientras ambos veían alejarse a la viuda de García Bracheta e hijo.

El juicio del doctor Moraleda había sido rápido: Homicidio en defensa propia. Debido a que el doctor se había negado a emitir el dictamen que García Bracheta deseaba, éste había desarrollado un mórbido sentimiento de odio hacía él que, unido a una enajenación mental transitoria de origen desconocido, le había llevado a atentar contra su vida.

Por supuesto, el detalle de que el niño había ejercido de improvisado mozo de espadas nunca salió a la luz. El doctor intuía que -por su propio bien- era mejor dejar a aquel chaval fuera del asunto.

Artegasa también calló para siempre, aunque prodía haber hablado mucho. Pero, claro está, silencio con silencio se paga. Nunca supo cómo el pequeño Gerardín se había enterado de su afición a contratar los servicios profesionales de travestis especializados en sado-masoquismo, y mucho menos de dónde había sacado el maldito vídeo comprometedor. Pero eso daba igual, el chaval contactó con él y le obligó a entregar la falsa instancia en nombre del supuesto hijo del doctor Moraleda, y a pasar luego la información adecuada a su padre. Lo de inventarse que el candidato era "mutilado de guerra" le pareció un toque de macabra genialidad humorística del chaval.

La plaza quedó desierta, puesto que Gerardo García García renunció a ella y el otro candidato jamás pudo ser localizado.

A la puerta del Ministerio de Asuntos Sociales, la viuda de García Bracheta e hijo cogieron un taxi. Se lo podían permitir. Al pequeño -ya no tanto- Gerardín acaba de serle concedida una pensión vitalicia en virtud de su condición de huérfano de padre y persona incapaz de valerse por sí misma en un futuro, según indicaba un oportuno informe del doctor Prendes Cahibo.

Gerardín era un digno hijo de su padre. También había aprendido a leerse las cosas, rebuscar entre las montañas de legales de los boletines oficiales y leyes en busca de la ganga perfecta. Y la había encontrado. En realidad, lo que su padre había pensado para él tampoco estaba nada mal, pero lo suyo estaba mejor. Así, ni siquiera tendría que hacer acto de presencia en el trabajo, tan sólo quedarse en casa y cobrar. La pena era que le hiciera falta quedarse huérfano para que le fuera concedido. Bueno, trámites administrativos que hay que satisfacer.

Gerardo García Bracheta demostró que él, como cualquier padre, matariría y moriría por el bienestar de su hijo.

Gerardín García García demostro que los hijos, en cambio, a veces no están dispuestos a tales sacrificios por sus padres.

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