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lunes, 25 de junio de 2012

La Placita (7).

En aquella ocasión, Gerardo García Bracheta ni se molestó en saludar al portero y, cuando le abrieron la puerta, entró empujando y sin mediar palabra.

"¿Qué ocurrió? ¿El tipo al que le mandé no le hizo lo suyo?", preguntó entre sorprendida y preocupada la recepcionista.

García Bracheta ni se molestó en responder, iba directo al despacho del doctor.

-¡Oiga, que no tiene cita!

-¡No la necesito!

-¡Oiga, oiga!

García Bracheta penetró en el despacho con toda brusquedad. Dentro, el doctor Moraleda estaba en plena sesión con una señora que había venido expresamente de un pueblecito de la provincia y su hijo adolescente, aquejado de un "trastorno oposicional desafiante" de caballo (vamos, que hacía lo que le daba la gana y, cuando le reñían, se limitaba a seguir ejecutando su capricho y -encima- te miraba perdonándote la vida).

-¿Qué hace usted aquí? ¿No le dejé bien clarito que no quería verle más?

-Señora, sálgase, que aquí puede pasar de todo -respondió García Bracheta ignorando, de momento, al doctor. La buena mujer, con muy buen criterio, cogió a su nene de la mano y salieron los dos por la puerta. El nene mirando con mucha chulería, eso sí.

-¡Bueno, cabrón, vamos tú y yo a hablar de hombre a hombre!

-¡Señorita Eva, llame a la policía! -dijo Moraleda a través del intercomunicador.

-¡Eso, eso, que vengan a ayudarte, que tú solo no tienes huevos!

-¿Me puede explicar a qué viene todo esto?

-¡A que eres un traidor aprovechado y un hijo de la grandísima!

-No le entiendo.

-¡Pues está bien claro, tanto como que aquí no hay mutilado de guerra que valga!

-¿Está usted loco?

-No sé, dígamelo usted, tan psicólogo que es.

En ese instante, García Bracheta se lanzó sobre Moraleda y ambos se enzarzaron en una pelea cuerpo a cuerpo. Moraleda chillaba en busca de auxilio, pero ahí no parecía que nadie tuviera el valor de intervenir. Es el problema de contratar recepcionistas a través de una empresa de trabajo temporal, que, para seis meses que vas a estar, no te juegas la vida por el jefe.

Con la fuerza sobrehumana que da la enajenación mental transitoria, García Bracheta tenía dominado a Morelada y lo aferraba firmemente por el cuello. Bueno, también contaba que Moraleda era bastante enclenque, las cosas como son.

Y en ese momento intervino Gerardín. ¿Me olvidé de mencionar que había acompañado a su padre? Sin duda debe de haber sido porque el chaval es tan callado...El caso es que, en ejercicio libre de recreación histórica, "ni quitó ni puso rey, pero ayudó al otro señor". O sea, que cogió un afilado abrecartas que había sobre la mesa de despacho y lo puso en la mano del doctor Moraleda, que buscaba agónica algo con que zafarse del estrangulamiento.

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