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sábado, 23 de junio de 2012

La Placita (5).

Aunque se sentía presa de la ira, Gerardo García Bracheta era consciente de que resultaba vital mantener la calma. "Una empieza perdiendo los nervios, y acaba perdiendo otras muchas cosas", era una de sus máximas en esta vida.

Analizó fríamente la situación: no parecía fácil invalidar la candidatura del -suponía- hijo de Moraleda. El único punto flaco parecía un informe psicológico fraudulento, pero a él le ocurría tres cuartos de lo mismo. Así pues, habría que sacar más puntos de los esperados. Repasó la convocatoria, en busca de alguna manera de arañar dichos puntos.

"Conocimiento oral de alguna lengua oficial de la Unión Europea -exceptuando el español-, el cual será evaluado por un tribunal oficial oportunamente designado: hasta 3 puntos".

Igual de ahí se podía sacar algo. Gerardín era un absoluto negado para el inglés, y no sabía una palabra de francés, alemán o italiano. Inasequible al desaliento, García Bracheta se decantó por jugarse la baza del portugués. Al fin y al cabo, él había visitado Lisboa en un par de ocasiones y, sin saber nada del idioma, se había entendido a las mil maravillas. Por lo tanto, al día siguiente se personó en la oportuna ventanilla y le comentó a su viejo conocido el funcionario que quería añadir más información a la instancia presentada en nombre de su hijo, supuesto permitido en la convocatoria de la plaza.

El funcionario ni se molestó en comprobar la veracidad de tal supuesto.

-¿Portugués? ¿Su hijo habla portugués?

-¿De qué se extraña?

-De nada, de nada.

Ver para creer.

No obstante, y para no correr riesgos, García Bracheta decidió reforzar el portugués hablado de su hijo y decidió que todas las tardes iba a bajar a hacerle compañía a Fabiao, el portero de la finca donde residía la familia, que era del mismo Coimbra.

El portero, previa propinilla, aceptó gustoso la oferta.

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