-¡Joder, Sofía, no me lo puedo creer!
-¡Oye, a mí no me chilles!
José Luis Trestuestes sintió la tentación de irse por donde había venido y dejar que la Señorita Sofía tuviera que tratar de abrir la puerta a patadas, pero no podía: la salud de un menor estaba en juego, y eso siempre es una prioridad absoluta.
-¡Pero si es que llevas mil años dando clase y este es un error de novata!
-¡No tantos, no tantos!
-Pues como se entere el director, van a rodar cabezas...
-¡No tiene por qué, el niño no dirá nada!
Toda esta conversación tenía lugar al sprint -todo lo que a la Señorita Sofía le permiten esos años y esos tacones- por el pásillo de la cuarta planta del colegio, y a media tarde.
-¿Pero no contaste los niños al subir y al bajar?
-No, yo pregunté: "¿echáis a alguien en falta?" y ningún niño dijo nada...Es que este chaval es muy calladito.
-Ya, sí que debe de serlo...
Por fin, la puerta de la clase. Con la torpeza que recetan los nervios, Trestuestes tardó un poco en encontrar la llave y abrir.
Allí estaba, sentadito en su pupitre, Alfredito Gómez Tierraseca, con su gorra promocional de refrescos y abrazadito a su mochila. Al ver a la Señorita Sofía, el chaval reacciónó con timidez:
-¿Nos vamos ya de excursión?
-No, mira, Alfredito, resulta que no vamos al zoo porque nos han llamado para decirnos que un tigre se ha puesto malito y no se le puede molestar. Ahora te voy a llevar con tus papás, que están abajo esperándote. Tú les quieres mucho, ¿verdad?
-Sí.
-Y no quieres que se disgusten, ¿verdad?
-No.
-Pues entonces les vamos a contar que has estado en el zoo y que te lo has pasado muy bien, porque si se esteran de que no hemos podido ir, se van a poner muy, muy tristes...
Testigo de excepción y de cargo, Trestuestes -por enésima vez en su carrera profesional- se preguntó dónde están los límites del compañerismo, y hasta que punto es lícito tapar según que cosas para que el colegio que te da comida, techos y caprichos no se meta en un lío de los gordos...
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