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sábado, 16 de junio de 2012

El Pase de la Muerte.

Carlos Pradicaña metía un par de goles por temporada, y porque no le quedaba otro remedio. "Golea a regañadientes, porque no ve la más mínima posibilidad de pasársela a un compañero para que la meta él. Es 'Don Generoso'", sentenció el afamado periodista deportivo Emilio Jesús "Botxu" Dicey.

Era en efecto Pradicaña el "Rey de la Asistencia de Gol". Lo había sido desde los infantiles del colegio, o, para ser fieles a la verdad, desde el día que -viendo un partido por la tele- su papá le había dicho: "a eso se le llama el pase de la muerte".

"El Pase de la Muerte", el nombre y el concepto lo habían fasciando, hasta tal punto que sobre el cemento del patio su anhelo no era anotar él, sino superar a todos los contrarios hasta ganar la línea de fondo y echar al balón para atrás de modo que un compañero marcara a placer.

Con los años, su acérrima generosidad sobre el terreno de juego se había ido refinando, hasta conformar un extenso repertorio de pases milimétricos al hombre mejor situado para meter gol. No obstante nada le producia tanta satisfacción como dibujar su amadísimo "Pase de la Muerte".

Precisamente después de uno de ellos había llegado el gol de su equipo en aquella final, la primera del club de sus amores en una década. Había sido un servicio tan perfecto, que el un tanto torpón delantero -fichado de saldo- Alexis "La Boa" Díaz sólo había tenido que poner el pie. El empate lo habían conseguido los contrarios gracias a un chut potente, raso y cabrón. Es lo que tiene enfrentarse a alemanes.

Y con ese empate se había llegado al descuento. La afición, expresando a gritos un deseo unánime, exigía que el balón llegara a Pradicaña. Era la mejor esperanza de victoria, quizás la única. Él, por su parte, aguardaba cercano a la cal del vertice del área, su hábitat natural para estos casos.

El esférico le llegó bombeado. Él lo paro con el pecho, y con el peso de la  responsabilidad travestido de resoplido de resignación, se dispuso a encarar a dos defensores que le esperaban en posición de combate.

Al borde del área, "La Boa" Díaz empezó a forcejear con el defensa central. Estaba claro que el centro decisivo estaba a punto de llegar y su misión era transformarlo en gol.

Con la maestría en la pausa de un torero, Pradicaña se internó en el área a toquecitos de diestra, todavía hostigado por los dos contrarios, temerosos de meter un pie que pudiera traducirse en un fatal penalty. Lo importante era taparle, que no consiguiera ganar la línea de fondo, que no pudiera meter el dichoso pase.

Pero fue inútil, un latigazo, dos toques prestidigitados y Pradicaña volaba en busca del área pequeña. De inmediato, central y portero salieron a su encuentro para intentar taponar la gravísima hemorragia. Mientras, en el punto de penalty, "La Boa" Díaz y el otro central habían cambiado el fútbol por la lucha libre.

Y entonces, la décima de segundo de la verdad: Pradicaña acomodó el cuerpo para dar el último pase en presencia de sus dos enemigos. Estos, como poseidos por el mismo y repentino ataque de inspiración instintiva se lanzaron hacia su izquierda para intentar interceptar en inminente centro. Mientras, el otro central y "La Boa" también volaban en plancha a la caza y captura del balón que, sin duda, estaba presto a llegar.

Pero el balón no llegó. Aprovechando el hueco que se había creado entre defensores y palo, Pradicaña -de oportuno giro de tobillo- mudó el pase en disparo y logró el tanto de la victoria.

Toda la Humanidad reaccionó del modo previsible al tanto. Todos menos "La Boa", portero y centrales, quienes, todavía enredados de pies y manos en el área pequeña, se miraban los unos a los otros intentando adivinar quién había empujado el balón dentro de la portería.

Mientras de dirigía a recoger la medalla de consolación, el portero no paraba de darle vueltas a la jugada. ¿Cómo podía él figurarse que Pradicaña no iba a centrar?

'"Don Generoso" hoy no lo ha sido tanto", así empezó su entrevista radiofónica "Botxu" Dicey. Pradicaña se limitó a sonreír. "Sabes que puede que hoy haya sido el fin del mito, que después de esto igual ya no pasas a la Historia del Deporte como el 'futbolista que jamás se chupó una'", prosiguió Dicey.

"Bueno, lo realmente importante es que el equipo ha sido campeón, no que yo sea recordado. No me preocupa mi gloria personal, yo me considero una persona bastante modesta".

Tocado y hundido. "Botxu" Dicey miró a los ojos de su entrevistado y se preguntó si aquella jugada había sido fruto de un ataque repentino de inspiración o, por contra, el remate de una hábil maniobra de distracción perfectamente premeditada y gestada durante años.

Era inútil preguntar, sabía que Pradicaña nunca le iba a decir la verdad.

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