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lunes, 12 de marzo de 2012

Tradicional Ejercicio del Vandalismo con la Excusa de la Ídem.

"Este era un sitio muy tranquilo y muy bonito, hasta que llegó el turismo".

Esto mismo le dirán miles de miles de personas por todo el mundo: que su localidad, su barrio o su calle eran encantadores, hasta que gentes de todo el mundo se vieron hechizados por dicho encanto y empezaron a llegar en tropel.

La cosa tiene su parte buena, porque el del hotel ya no tiene habitaciones libres, en la tasca de Emiliano hay que reservar y Manoli vende el doble de revistas.

Pero también existe su parte mala. Por ejemplo, que la tranquila esquina donde uno se sentaba a ver girar el viento, ahora esté permanentemente tomada por los turistas, sacándose fotos firmando en la pared -en otro tiempo blanca, ahora del color de las pintadas-. Y todo porque al dichoso cantante ese que se murió de la droga le dio por dedicarle una canción a la pobre esquina, que ya se la podía haber dedicado a su santa madre. En otras palabras, porque "es la tradición", porque "no te puedes ir sin firmar".

¿Por qué habrá tanta tradición basada en deteriorar lo público? ¿Por qué a la gente le da por sobar estatuas, robar trocitos de castillo o manchar con su presunto arte caminos, canales y puertos?

¿No pueden hacerse la foto y ya está? ¿Tienen que dejar su dichosa huella (literalmente)? Quizás es que, en el fondo, el turista siempre tendrá alma de invasor vikingo, y, como tal, siente la necesidad de saquear (aunque sea con la Visa)  y arrasar (aunque sea poquito a poco).

E, incluso así, todos la mar de contentos, porque el hotel, la tasca y el quiosco hacen buen negocio, aunque tengamos que tolerar a diario que ese rincón predilecto de nuestro capricho se haya convertido en una pocilga donde los hordas del todo incluido hacen su agosto lúdico-cultural.

Porque aquí todos amamos mucho a nuestra ciudad, pero amamos más al dinero.

(¡Nos ha fastidiado!)




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