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viernes, 9 de marzo de 2012

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existió: Café de Mediodía Para el Hermano Matías.

No se sabía a qué hora se levantaba el Hermano Matías, pero, fiel a su condición de religioso castellano, lo más probable es que amanecíera -como muy tarde- a las cuatro de la mañana, y, por esa misma regla de tres, debía de desayunar a las cinco, más o menos.

Normal, pues, que a las diez a la mañana el hambre le tienda una emboscada. Es a esa hora, que, a diario, fiel a su cita, puntual como un reloj, hace su entrada en la sala de profesores del colegio.

Entrada triunfal: avanza tres pasos, se detiene en seco, da los buenos días, estira el cuello y realiza un inspección visual de 360 grados, con el fin de asegurarse de que todo está correcto y a su gusto. Nunca es así.

-¡Quién se haya sentado aquí no sabe que hay que dejar luego la silla metidita! -dice mientras empuja el respaldo- ¡La cosas bien hechas, bien parecen!

El Hermano Matías es adicto al refranero rancio y popular.

Entonces comienza el ritual. Se acerca al armario donde se atesoran la loza y vajilla de ración y, mientras hace ese gesto como de masticar que tanto caracteriza a los ancianos, selcciona cuidadosamente taza, plato y cucharilla. Luego, se sirve el café y, con un sonrisa de satisfacción impropia de él, le echa un poquito -muy poquitito- de leche y una terrón de azúcar.

Luego, se sienta y toma de la caja cinco galletas. Al Hermano Matías le chifla mojar en el café, pero la taza es demasiado pequeña -o la galleta es demasiado grande- para tal menester. Da igual, con la mirada perdida en el infinito de su mundo insondable, el Hermano Matías la parte por la mitad y las introduce en el café, como quien oficia la consagración del cafelito de media mañana, y las degusta con cara de placer disgustado.

Así, una tras otras, con la misma ruptura mimosa, con el mismo deleite reticente, el Hermano Matías da cuenta de sus cinco galletitas.

Una vez terminado el tentempié, deposita taza, plato y cucharilla en la barreño de fregar, recoge con celo extremo las tres migajas que han caído en la mesa y, después de sacar otro defecto de orden y limpieza, vuelve a dar los buenos días y se va por donde ha venido.

Hasta mañana.

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