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miércoles, 22 de febrero de 2012

Deme Algo, Don Álvaro (y 7).

-Señor Romera, le presento a Javier Boaldeza. Es la persona que el equipo de recursos humanos ha seleccionado para el puesto que tenían vacante en el departamento de comunicación de su empresa.

-¡Bienvenido a bordo, chaval! Por cierto, ¿qué te ha pasado en la cara?

Hay quien aprende por las buenas, hay quien aprende por las malas, hay quien nunca aprende. Javier había decidido ser de los segundos. Aquellos dos gorilas monosílábicos le habían abierto los ojos cuando se los dejaron más morados que una procesión de Semana Santa. Ya estaba bien de jugar a los héroes, los héroes llenan tumbas anónimas o, simplemente, se mueren de hambre. Lo sentía por todos aquellos pobres mendigos, pero la vida es así de perra. Hay quien aprende por las buenas, hay quien aprende por las malas, hay quien nunca aprende.

Lo peor de todo era que, al final, hasta tenía que sentirse agradecido con aquellos dos tipejos: le habían humillado en un bar, le habían recetado una paliza de encargo, pero ahora le proporcionaban un puesto de trabajo que no estaba nada mal. No cabía duda, eran dos pedacitos de pan. En términos relativos, claro está. 

-Nada, me resbalé en casa y me di un golpe.

-¡Hay que tener más cuidado, chaval!

-Sí, don Azarías.

-Bueno, pues venga, voy a mandar que te enseñen dónde están las oficinas y ya te puedes poner en marcha.

-Javier es muy trabajador, señor Romera. ¡Y no como todos esos vagos inútiles que hay pidiendo por las calles! ¡Que cada vez parece que hay más, es como si salieran de las alcantarillas, como las ratas! ¡Menudos parásitos! ¿Verdad, Javier?

-Sin duda, señor Espinosa, sin duda.

Lo dicho, que Espinosa y Palomero eran dos bellísismas personas.

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