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martes, 10 de enero de 2012

A Tour o Muerte.

No sé si a usted le pondrán tan nervioso como a mí esos deportistas que afirman -bravucones- que va a salir a muerte en un partido, pero que luego piden quejumbrosos el cambio porque se les ha sobrecargado un abductor.

Aunque, en realidad, no les culpo: partidos hay muchos, pero piernas, sólo dos. Y, después de todo, ¿cómo puede una competición deportiva ser más importante que la propia salud?

Es el tipo de pregunta que sólo gente como Stephen Roche puede contestar.

Revelarnos qué le pasaba aquel día de 1987 por la cabeza cuando escalaba rumbo a Le Plagne, cuando vio cómo "Périco" Delgado le sobrepasaba y se marchaba hasta sacarle minuto y medio de ventaja. ¿En qué demonios pensaba durante aquella lucha -pedalada a pedala- que logró recortar la ventaja a cuatro míseros segundos al llegar a la meta?

Quizás, pasaron los gritos de su propio cuerpo. Al principio, como una advertencia; luego, una amenaza y, finalmente, un grito angustiado de que esta vez te estás pasando realmente en serio, acaso en forma de náuseas, de mundo que da vuelta y sonidos que se distorsionan.

Nada más cruzar la meta, su cuerpo se rindió y Stephen se fue al suelo, desmayado. Por fortuna, nada que un poco de oxígeno no pudiera solucionar.

El cuerpo de Stephen Roche se desmayó cuando él le dio permiso para que lo hiciera; cuando paró de ganar el Tour de Francia y pudo percatarse de algo tan trivial como que ya no podía más.

Volviendo a la pregunta del principio, igual es que por la mente de Stephen Roche no pasó nada, estaba cerrada al tráfico por mandato de la voluntad de hierro de aquel gladiador a pedales. Él era sólo y todo corazón y piernas, y el resto de su anatomía le tocó esperar a que sobrepasara la meta.

En definitiva, que Stephen Roche subió hasta aquella cima a Tour o Muerte.

Y salió Tour.






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