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miércoles, 11 de enero de 2012

En el Tiempo de Descuento de la Propia Existencia.

En el tiempo de descuento de la propia existencia, don Saturnino no tiene más preocupación que librarse de tanto tiempo libre.

Pasea por el parque, como si sus caminitos de tierra llevaran a alguna parte, fisga por las rendijas que dejan las vallas de las obras o busca alguna víctima a la que contarle todo lo que se ha peleado con la Vida y con la Muerte para conseguir llegar hasta allí.

Se cruza con las mozas de hoy en día, esas que están tan bien criadas y van tan fresquitas, y se lamenta de no tener seis décadas menos en la documentación. O, por lo menos, que el pobrecillo de ahí abajo, que pasó una penosísima hambruna solitaria durante su época de mayor vigor, pudiera ahora hacer aunque fuera una faena de aliño.

También curiosea los escaparates, y clava la vista en todos esos aparatos tan raros de nombre en extranjero. Luego, como para consolarse, se repite a sí mismo que, por muy caro que sea el cacharro, las tonterías que dice son las mismas que él escucha en su viejo transistor.

Cuando las piernas le dicen que no más, se sienta en el primer banco que encuentra y hojea y ojea el respetable periódico que le da palmaditas en la espalda a todas sus convicciones y fobias.

Hoy ha leído que dicen los científicos americanos -que son los mejores del mundo-, que los hombres del mañana vivirán más de cien años. A él sólo le ha quedado saborear el regusto del fijador de su dentadura postiza y afirmar negando con la cabeza que no sabe qué leñes va a hacer esa gente del futuro con tanto tiempo, si a él los 84 ya se le están haciendo interminables.

Don Saturnino es un jubilado carente de jubilo, un alma que pulula de incognito por la vida, una cáscara arrugada carente de ilusión que se pregunta si en este partido el Arbitro de ahí arriba también va a esperar hasta el minuto 94 para pitar el final.

(Moraleja: búsquese aficiones, hombre, que si no la jubilación se hace muy dura).

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