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lunes, 9 de enero de 2012

Al Despertador Pongo por Testigo de que Nunca Más Volveré a Pasar Sueño...

¿Existirán personas que no pasen sueño por la mañana? Personas que se despiertan sin mayor complicación, que saltan de la cama al primer aviso y se encaminan a echar la orinada reglamentaria con una sonrisa en la boca (y, claro está, rascándose la cabeza).

En teoría -que es eso que siempre promete cumplirse, pero nunca termina de cumplir con tal promesa-, si uno se acuesta tempranito, dormirá todo lo que tenga que dormir, y así, cuando se despierte, no lo hará dormido.

Si tales sujetos existen, yo jamás los he visto por las calles. A primera hora de la mañana, todo el personal se dirige con la misma cara a seguir pedaleando para que el mundo continue girando: esa cara absolutamente inexpresiva que expresa la mezcla de un millón de cosas: aburrimiento, cansancio, rutina, pesadez, resignación, confusión, mal humor, desesperación...Y, por supuesto, con un bostezo marcando el final de cada renglón de la novela del sueño mañanero.

Si existen, los admiro y envidio, pues, sin duda, sus vidas son existencias perfectamente organizadas: seguro que se acuestan todos los días a la misma hora, tras haberse tomado un vaso de leche templada, haberse lavado los dientes durante exactamente dos minutos, y miccionar durante 30 segundos -ni uno más ni uno menos-. Puede que incluso tengan el tiempo justo para leer el capítulo de una novela antes de caer vencidos por el sueño.

Los admiro y envidio, pero claro está, no espere que me convierta en uno de ellos. Lo he intentado muchas veces, pero no me sale.

Además, tengo una legión de admiradores -de todas las edades- que disfrutan con el aspecto que presento a primerísima horita de la mañana, con la inefable imagen de mi careto ojeroso y torpemente afeitado (rozando la temeridad más alocada), de mi pelo despeinado y mi mirada aún perdida en la nostalgia del sueño del que acabo de ser cruelmente desterrado.

Vamos, que me tomo lo de pasar sueño como una de esas pequeñas incomodides que hacen la vida molesta, pero que uno paga como parte del peaje por esta esta vida que alguien inventó para mí, y que compré con dócil insensatez.

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