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martes, 17 de enero de 2012

El Día que una Hinchada Diga Basta (de Verdad).

No me importa confesar que en cientos de ocasiones he sido uno más de una multitud que pitaba, abucheaba y le recetaba una antología del insulto castellano a un árbitro de fútbol.

Y después, más tranquilo, siempre me percato de lo inútil del berrinche grosero. Está claro que no se hace para cambiar las decisiones o la voluntad del árbitro, sino para el desahogo personal.

No se engañe, un árbitro no cambia por mucho que se le pite, chille o llame de todo. Están preparados para ese tipo de presión, que no les pilla de sorpresa.

Así pues, he desarrollado la teoría de que una multitudinaria protesta de estadio debería ser muy diferente, jugar con el factor sorpresa y aplastar al colegiado allá donde menos se lo espera. De hecho, de un modo que ni el mismo se podría imaginar.

Ha de ser un movimento coordinado (no es imposible, al fin y al cabo, el estadio en pleno consigue ponerse de acuerdo para berrear todos el mismo insulto), y muy, muy osado (porque supone una enorme renuncia: quedarse sin ver el resto del encuentro).

¿Qué pasaría -pues- si tras la próxima sarta de intolerables decisiones polémicas en un estadio, en lugar de la previsible explosión de ira y odio, estallara el silencio? Y así, en silencio, y de modo ordenado, todo el público, el estadio entero, empezara a abandonar el campo, hasta dejarlo completamente vacío.

¿Qué pasaria si, de sopentón, el árbitro se encontrara que está pitando el partido del siglo en un estadio completamente vacio?

No va a ocurrir jamás, mucho me temo, pero no se me ocurre una manera más efectiva, más impactante, más legendaria de protestar.

No va a ocurrir, pero, aunque sólo fuera por ver la cara que se le quedaba al árbitro (y a los jugadores, y a los entrenadores), sería precioso que ocurriera.

Yo, confieso (cierro con una confesión, al igual que abrí), a veces me imagino la escena, y no puedo reprimir una sonrisa.

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