Todos hemos intentado razonar con un cacharro (y ninguno jamás lo hemos conseguido).
Instalas un programa informático, falta un controlador y no te da otra opción que "aceptar", vuelves a instalar, y ahora falta el mismo controlador y -además- la base de datos está dañada. Y ninguna alternativa al dichoso "aceptar".
"¡Pero si está todo perfectamenete instalado, no es posible!", y el ordenador te da la callada por respuesta.
Metes el CD de música en tu flamante y carísimo reproductor. No lo lee. Limpias el CD, y nada; limpias el reproductor, y menos. Descuida, que el aparatito de tu niño, ese que le regalaron con los cupones del periódico, lo lee sin mayor dificultad.
"¿Pero cómo es posible?", y el aparato musical no te dice nada.
Móvil en la mano derecha, no hay cobertura; móvil en la mano izquierda, dos rayitas; con el mismo móvil y siendo abonado de la misma compañía, el amiguete que tienes sentado a tu lado obtiene cinco rayas cinco.
"¡Es ilógico!, ¿dónde está mi cobertura?", y el Motorola no se manifiesta.
Moraleja: Los aparatos electrónicos son un poco como los niños, que se los recibe con ilusión y alegría, se los mima y se les da cariño, y ellos se convierten en pequeños tiranos malcriados, que nos dan satisfacciones con sus monerías, pero también nos causan algún que otro berrinche con su caprichosa tozudez.
(La gran diferencia es que, al contrario que con los niños, al aparato lo mandas a paseo al poco tiempo para dar la bienvenida a un nuevo modelo más avanzado y, seguramente, incluso más caprichoso).
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