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viernes, 17 de septiembre de 2010

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existió: Alenza.

El final de cada lección, con el ratito de asueto que lleva aparejado, genera toda unas serie de campos magnético-sociales. Los alumnos se levantan presurosos de los pupitres y forman grupitos regidos por una estricta jerarquía de clases de la clase: las niñas guapas del pelo largo se arremolinan en la esquina del fondo, y se cuentan sus cosas sentadas en el suelo; los chicos más malos toman posesión del alféizar de la ventana, y fanfarronean de sus hazañas en los campos y los parques; las niñas buenas de gafitas cuchichean desde sus sitios sobre la hamburguesa que se van a comer mañana; y los más infantiles pintan monigotes en la pizarra o corretean por el aula tirándose tizas.

¿Y Alenza? Pues Alvaro Alenza está solo en su pupitre, aislado de cualquier atracción social. Simula buscar algo en su cartera o, simplemente, mira al infinito, como si la solución a su problema estuviera haya donde las vías del tren su cruzan. Esperando, ansiando que aparezca el profesor de turno y rompa toda ese embarazoso entramado de fuerzas de atracción.

Como en cualquier otra situación de rechazo social, la culpa es de todos y no es de nadie: en parte, el marginado no lucha por salir de su situación -o no sabe-; en parte, los demás se niegan a darle otra oportunidad.

Y, lo peor de todo, poco se puede hacer. Para salir de lo más profundo y oscuro del pozo negro social hay que trepar solito.

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