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sábado, 21 de agosto de 2010

Los Casos de Woodchat Shrike: Un Honrado Amigo (7).

El señor y la señora Adria tenían clase, y ni tan siquiera lo que su hijo les había hecho había logrado despojarles del todo ella. No obstante, se notaba que el dolor les había desgarrado la cara, dejándola como un campo tras la batalla, cargada de arrugas y sombras.

Dogan y yo llamamos al timbre de su casa a primera hora de la mañana, cuando apenas habían transcurrido 24 horas desde la ejecución. Fui presentado como un "empleado de la prisión" -usted comprenderá que tal mentira era necesaria-. Nos recibieron con suma cortesía, nos invitaron a una de las mejores tazas de té que he tomado en mi vida, y escuché uno de los testimonios más amargos, emitido con la entereza de los que pasean por la cuerda floja de las lágrimas sin llegar a caer.

Horace había sido un niño en extremo sensible e retraído. Siempre en su mundo, imaginando cosas y escribiendo cuentos. Decía que escribir era más divertido que leer, puesto que uno crea sus propias historias y no depende de las de los demás. Horace había querido ser escritor desde siempre.

Pero a toda esa ilusión le faltaba la chispa del talento. No escribía bien, y era incapaz de asumirlo. Llevaba intentado publicar algo desde que era sólo un adolescente, pero los manuscritos era rechazado por sistema. Horace no lo podía soportar, tras cada amable carta de negativa de una editorial, montaba el cólera y destrozaba todo lo que tenía escrito en su alcoba. Luego lloraba y lloraba.

Como si de un juego de alquimia se tratara, Horance leía y leía crítica literaria, buscando la fórmula secreta del genio literario, pero el éxito seguía sin llegar. No obstante, gracias a los enciclopédicos conocimientos adquiridos, se había doctorado con honores en Literatura Inglesa.

El único que parecía convencido de que Horace tenía talento era Clive Jenkins (la madre se refirió a él como "ese maldito Jenkins"). Se habían conocido en la universidad y llegado a ser amigos intimos, absorventes, exclusivos. Clive Le animaba a escribir una y otra vez, y Horace lo obedecía ciegamente.

Por fin, y conscientes de que escribir no le daría de comer, sus padres lo habían conseguido convencer de que se presentara a la plaza de la Universidad de Kingsharper, aunque él decía que era "algo temporal hasta que me empiece a ganar la vida como autor".

Al poco de hacerse público que William Bright también optaría a la plaza, Horace, sin mediar causa aparente o explicación, se fue de su casa, y jamás había vuelto a hablar con sus padres.

Cinco días después, Bright había sido envenenado.

En ese momento, les hice entrega de la carta, diciéndoles que me le había dado en el ultimísimo momento. Ellos la leyeron con el pulso tembloroso y, por primera vez, creo que los vi llorar.

'Siempre prefirió expresarse por escrito, hablando se trababa', dijo su madre al terminar. Espero de corazón que sintiendo algo de alivio.

(Puede que usted se admire de mi sangre fría al visitar a los Adria, dado que mi mano fue la que le quitó la vida al hijo de aquellos señores. A mí también me admira la suya, permitiendo que personajes como yo sigamos matando en su nombre. Tenga por seguro que si gente como usted saliera a la calle, yo ya no tendría que matar más.

O quizás usted no protesta porque aprueba lo que hago. En ese caso, limítese a darme las gracias)".

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