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miércoles, 18 de agosto de 2010

Los Casos de Woodchat Shrike: Un Honrado Amigo (4).

Lo encontré.

La carpeta, sucia y con ese misterioso pájaro al que tanto afecto estaba cogiendo.

Las misma presentaciones de la otra vez, o parecidas. Con su permiso, se las ahorro y voy al grano del relato.

"Aquí todo es rápido, sin tiempo para discursos de despedida. El condenado lo sabe. Si tiene algo que decir, que lo deje por escrito, porque a las 9 en punto empieza todo y no ha de durar más de un minuto. Al menos para él.

La mayoría no tiene tiempo ni de pensar, menos de hablar. Así está diseñado, así es mejor para todos.

Horace Adria tuvo la presencia de ánimo de susurrarme en sus últimos segundos. 'Todo lo que tenía que escribir, ya lo he escrito. Que la posteridad lo juzgue'.

Se fue feliz y en paz, como se van todos los que sienten que han cumplido la misión que los trajo a este mundo. En su caso, escribir. Según me comentó 'mi hombre en Pentonville', no había hecho otra cosa desde que ingresó en prisión. Compulsivamente, de noche y de día, en libretas que lo acompañaron hasta el final. Había parado dos días antes de su muerte, y lo había dejado todo bien envuelto para que, junto con el resto de sus cosas, se lo entregaran a un amigo que lo había visitado con regularidad. No había tenido palabras para nadie más. Ni una declaración de arrepentimiento, ni una frase de despedida.

Yo, como de costumbre, le eché una mano a Peabody con el cuerpo. 'Este va para incineradora', me comentó con la involuntaria frialdad de los profesionales. 'Pero con propina', dijo al meter dentro del ataúd un paquete.

Yo le interrogué sobre esa 'propina'. Peabody me replicó que eran las libretas del difunto, con las que, según le había indicado el director de la prisión al entregárselas, deseaba que lo quemaran.

Las cosas no me cuadraban. Y soy de los que no descansan hasta cuadrarlas".

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