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sábado, 14 de agosto de 2010

El Comandante Más Valiente del Mundo.

El laureado comandante entró en el aula, y los jóvenes cadetes se levantaron como uno, en instantáneo alarde de perfección coreográfica. Cosas del respeto y la admiración.

El oficial los sentó con un gesto de cabeza y tomó un trozo de tiza para comenzar la lección. Escribió en la pizarra, con su caligrafía clara y marcial.

"La Rendición".

Los alumnos se miraron, y un levísimo rumor inundó la sala. Sin duda, su maestro los iba a obsequiar con una antológica arenga contraria a deponer las armas ante el enemigo.

-Bien, señores. Llegado hipotético el caso de una rendición, los pasos a seguir son los siguientes: En primer lugar, se mostrará -en lugar donde se pueda ver con claridad- una bandera blanca o, en su defecto, cualquier otro elemento de dicho color; a continuación, se esperará a que cese el fuego enemigo-de existir éste-, y se pasará a abandonar nuestro refugio o parapeto, con las manos en alto y claramente desnudas...

Susurros con aceleración de volumen fueron acompañando a las palabras del comandante, hasta llegar casi a gritos. El profesor se giró e interpeló desafiante y frío a sus alumnos.

-¡Las preguntas cuando terminé la explicación, señores!

Entonces habló Solis, que iba de cabeza para primero de la promoción.

-Con el debido respeto, mi comandante, creo hablar por boca de todos mis compañeros cuando le expreso la sorpresa, indignación y pena con que recibo sus palabras. ¡Enseñarnos cómo rendirse a nosotros, que hemos jurado dar la última gota de sangre por nuestra Patria! ¡Y usted, el más bravo entre los feroces ante el enemigo!

-En efecto, Solis, pero no olvide que la Patria son las personas, no las piedras. Todos daríamos la vida propia a cambio de otras vidas. Pero por un puñado de campos o un pedazo de mar, lo más que debe entregar es un poquito de sangre. Si el fuego ya hizo evidente que ellos son más y mejor equipados, es absurdo defender lo que perdido ya está.

-Pero...¿Y el Honor, el Orgullo..?

-Llenando demasiadas tumbas inútilmente, caballeros.

Los estudiantes tomaron asiento y comenzaron a escribir en silencio, admirados por un guerrero que había demostrado que el valor no está sólo en luchar en la guerra, sino también en hablar en la paz.

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