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viernes, 12 de febrero de 2010

Érase una Vez un Ejército que Estaba Perdiendo la Guerra...

El Capitán Ernesto no recordaba cuánto tiempo llevaba sin recibir un ascenso, como tampoco era capaz de calcular desde cuándo llevaba peleando en aquella guerra. Una guerra que, puestos a olvidar, nadie sabía cuánto tiempo llevaba librándose, (o sería mejor decir, encadenando).

El Coronel Carolino había sido compañero de academia de Ernesto, pero a él le había ido, a los galones me remito, mucho mejor. No conocía el frente más que por fugaces visitas, en las que apenas había tenido oportunidad de oír un tiro, y bien a lo lejos. Él era más de desfilar con su impecable uniforme a lomos de su fiel "Balbacano", siempre al frente de su amado Primer Regimiento de Caballería, un atajo de presumidos vanidosos que también pasaban mucho más tiempo puliendo sus corazas que combatiendo al enemigo.

Como usted ya se habrá percatado, las autoridades militares de aquel lejano país sumido en una guerra perpetua, apreciaban muchísima más el boato ceremonial que los méritos en combate. Eran, y orgullosos de serlo, herederos de una inmemorial tradición de corceles, lanzas y sables, en la que creían que residía -sin lugar a dudas- la esencia pura de lo militar, de la que se consideraban guardianes. Resultaban, por tanto, enemigos acérrimos de todo tipo de cambio, incluyendo tanques, aviación o moderna artillería. Hasta llevar pistola tenían prohibido, bajo pena de degradación deshonrosa.

Por eso mismo le quitaron los galones de comandante a Ernesto, porque le pillaron liado a tiros con el enemigo con un fusil de contrabando. "¿Dónde está su caballo? ¿Por qué no carga su escuadrón? ¡Qué vergüenza!" De nada sirvió que intentará explicarles que aquel enemigo que no hacía más que ganarles terreno tenía cañones y bombarderos. Y tampoco de nada sirvió el castigo, él -y sus hombres- siguen pegando tiros a escondidas. No les queda otra.

Y así están las cosas, con un ejército con las manos atadas y que está perdiendo la guerra, mientras que, en la cada vez menos lejana retaguardia, una pandilla de vividores presuntuosos y cobardes se obstina en ignorar la derrota en curso, mientras se mantienen tozudos anclados en un pasado que ya para nada sirve.

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