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miércoles, 3 de febrero de 2010

El Discursista Impertinente.

-Y a ti, ¿por qué te han metido?

-Pues he terminado aquí por una cuestión de principios.

-¿Cómo principios?

-¿Tú conoces al tío ese del bigote que manda aquí?

-¿Al cabo Priazzi?

-No, más arriba.

-¿El juez Walters? ¡La última vez que nos vimos la caras, se había afeitado la suya!

-No, hombre. El de más arriba del todo.

-¿El "Coronelo"?

-Ese mismo.

-¡Tú lo conoces!

-Sí, me hizo un encargo.

-¿Un encargo?

-Verás, yo me dedico a eso de escribir y el buen señor -por llamarle algo- tenía que decir unas palabras para darle un regalo a un amiguito extranjero de los suyos, y se le encaprichó que se las redactara un servidor. Y a mí, por principios, el buen señor -por no llamarle otra cosa- no me cae nada bien.

-¿Y qué pusiste?

-Nada feo u ofensivo. Precisamente llevo una copia en el bolsillo, mira.

-"Mi Estimadísimo Brigadier, bríndole con inmensa satisfacción este sable que sabe que en la batalla dura sin dudar dará la talla. Una espada que es para sus tropecientas tropas guía sin igual". ¡Esto no hay cristiano que lo lea sin trabarse!

-¡Que se lo digan al "Coronelo"!

-Debió ser una risa.

-Hasta al Brigadier mismo le costaba aguantarse.

-¿Mereció la pena?

-¡Depende de la pena que me metan mañana en el juicio!

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