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jueves, 4 de febrero de 2010

Crítica Literaria de Bolsillo.

"¡Bendito este país en el que un poeta de prestigio mundial se puede pasear tranquilamente por la calle sin que las multitudes lo asalten!", eso se decía a menudo Pablo Carvicero mientras se sentaba en una terraza de su barrio a disfrutar de una coca-cola con sus patatas fritas en su punto justo de rancias.

En efecto, para un tío tan tímido como él eso era un bendición, el disfrutar de un anonimato sólo roto a ratos por alguna que otra estudiante con gafitas de Filología Hispánica, que, armada de tímido valor, le pedía que le firmara los apuntes.

Eso le hacía hasta gracia.

"¡Si hubieras aprendido a tocar la guitarra y cantar medio bien, estarías forrado!", le reprochaban sus amigos. Él se limitaba a asentir y echar una sonrisilla.

"Sí, y seguro que me gastaría todo ese dinero en seguridad para que me dejaran en paz", pensaba para sus adentros.

Hasta en las bibliotecas municipales disfrutaba de su adorado anonimato. Visitaba la de su barrio con regularidad, para sacar libros, y por curiosidad con un chorrito vanidoso, comprobar si alguien había cogido alguna de sus obras.

Hoy, tocaba devolver libro. En empleado tomó el grueso tomo, y le pasó el lector de códigos con ese aire mezcla de enfado, aburrimiento y chulería que sólo sabe tener un funcionario. Miró a la pantalla y puso una extraña cara de extrañado. Levantó la vista y fijó sus ojitos en la cara del usuario.

-Oiga, por curiosidad. ¿Este libro va sobre usted?

Pablo sonrió entre halagado y divertido.

-Sí, es un estudio crítico de mis primeros libros de poesía.

-¡Ah! Y...¿Qué le ha parecido, si no es indiscreción?

-Fascinante. Por eso leo todo lo que escriben sobre mi obra. Para enterarme de qué va. Sinceramente, hay personas que le sacan cosas que ignoraba que estuvieran allí.

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