Gorronear es el arte de combinar la tacañería con el descaro.
(Más de lo segundo que de lo primero).
Y cuando es una patata frita o una película en DVD...Bueno, pase. El problema es cuando el ladrillo entra en juego.
"¡Oye, y si alguna vez vais a Madrid, ni se os ocurra meteros en un hotel, os venís a mi casa! Esta es mi dirección", es algo que se dice el último día de las vacaciones de verano por quedar como un señor. En el 95% de los casos, se puede hacer con total tranquilidad, porque esa gente no va a parar por tu ciudad, o, si lo hace, se irán a un hotel, aplicando las mismas normas de cortesía elemental por las que tú los invitaste.
El otro 5% tocará al telefonillo, confirmando que las señas coinciden con las garabateadas en la arrugada servilleta del chiringuito. (Por supuesto, no han telefoneado para avisar -aunque también les diste el número-. Hay que pillar al enemigo desprevenido y sin posibilidad de buscar refugio en una excusa. Gorronería elemental).
-¿Sí?
-¿Manolo?
-Sí, ¿quién es?
-Pepín, el de la playa. Ábreme, anda.
-¿Pepín?
-Sí, que es que estoy aquí con Sara y los niños, que hemos venido a pasar el fin de semana. Abre.
¿Y qué se puede hacer? Darle al botoncito, meterles con calzador en el propio domicilio, enseñarles monumentos, invitarles a comer...
-¡Pues nada, muchas gracias, joder! ¡Que hemos estado muy a gusto!
-Nada, Pepín, un placer. Que ya sabes dónde tienes tu casa.
-¡Y tú la tuya, macho! ¡A ver cuando te vienes por Albacete, coño!
Es el momento de cambiar de domicilio y de lugar de veraneo. ¿No le parece?
Por supuesto, lo anteriormente expuesto también es aplicable a los chaletes y la tan peligrosa frase "¡joder, pues os acercáis un día y os lo enseño!" La broma le puede costar una comida segura, con muchas posibilidades de alojamiento y desayuno.
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