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sábado, 16 de enero de 2010

Once Metros Hasta el Foso.

"La lotería de los penaltis. ¡Menuda mierda jugarse la temporada a cara o cruz!", fue la sarta de tópicos angustiados que se le pasó por la cabeza al bravo defensa central Oriol Foncugat, alias "El Foncu", alias "La Pantera de Cadaqués" cuando el colegiado, danés por más señas, suspiró el pitido final.

El entrenador, un tipo muy organizado y con corbata, se acercó a sus hombres y les comunicó un orden de lanzadores que se había entretenido (como buen entrenador) en confeccionar durante los últimos y cobardes minutos de la prórroga. "El Foncu" ocupaba el número 11, incluso detrás del portero. Aunque la noticia no le sorprendió lo más mínimo, no pudo evitar respirarse un alivio.

Muy en su papel, abrazadito con todos sus compañeros, y cantando aciertos y resoplando con taco fallos, pasó los diez primeros lanzamientos. 4-4. Tocaba seguir un poquito. Su corazón de león ampurdanés estaba a punto de reventar.

"¡16 penaltis tirados y nada! ¿Dónde se ha visto eso? ¡Es una locura!", por la mente del zaguero empezaba a rondar una más que inquietante idea: "¡No me jodas que me va a tocar tirar a mí! ¡Que yo no he tirado un penalti en mi puta vida!"

Los servicios de documentación echaban humo en busca de precedentes, al tiempo que los comentarista simpáticos y chillones se regocijaban de que aquella final pareciera negarse a decantarse de un lado u otro. 18 lanzamientos y nada.

Walter Granados, portero porteño de pura cepa estereotípica argentina, se clavó bajo los palos y miró fijamente al defensa contrario. Este tío lo va a tirar fuerte y a la grada.

No, flojito y por el centro. Granados recogió el balón de la red admirado de la inconsciente sangre fría de aquel fulano. En fin, tocaba lanzar.

La cara de "El Foncu" era las obras completas de Neruda cuando la cámara le enfocó durante un par de segundos. Él siempre se había considerado un competidor brutal, un tío para el que su club y la victoria estaban por encima de la salud, e incluso de la propia vida. Pero le aterraba la idea de tener que tirar el penalti, de fallarlo, de ser el que la cagó a la postre. Cierto era que otros cuatro compañeros habían errado, pero la gente nunca se acuerdo de eso, la historia siempre graba el nombre del último, del que mandó el chut decisivo a la grada. Él era defensa, defensa cerrado, y nadie le echaría en cara no meter el penalti, pero...incluso así, no quería ser recordado como el hombre que falló. No estaba preparado para ello, nunca se le había pasado por la mente verse ante el balón de la verdad...

"¡Ojalá lo falles, argentino!", dijo entre dientes. Sabía que eso le convertía en un traidor y que ni la afición ni él mismo perdonarían tal comentario. Pero le daba igual, ya habría tiempo para los remordimientos más adelante. En ese momento, todo su deseo era que su compañero marrara y, con ello, quedar exento del horrible trance.

Flojito y por el centro. El orgullo herido de un porteño no se habría dado por satisfecho con ninguna otra solución. Lamentablemente, el portero enemigo no pareció darse cuenta de un detalle tan evidente.

Cabizbajo, animado por sus compañeros con palmadas y aplausos cargados de mal disimulado pánico, "El Foncu" se fue en busca de su destino.

"¡Eres un cabrón que cuando te coja en el vestuario te mato!", fue lo único que acertó a balbucear cuando se cruzo con su compañero guardameta.

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