Buscar en Mundo Jackson

domingo, 3 de enero de 2010

La Decisión de Santa Claus, un Cuento Navideño Envenenado.

-Papá, ¿podré pedir a Santa Claus todo lo que yo quiera?

El gobernador James P. Perkins tomó a su pecoso unigénito sobre las rodillas y le recetó un caluroso abrazo.

-¿Has sido bueno, Jimbo?

-Sabes que sí, papá. Siempre hago lo que me dicen mamá y la maestra, me como toda la comida y rezo todas las noches.

-Entonces, dile a la señora Kenns lo que deseas y ella escribirá la carta para que se la hagamos llegar a Santa.

-¡Gracias, Papi!

El gobernador Perkins sonreía embobado mientras contemplaba como su niño salía correteando por el pasillo, llamando a voces a la señora Kenns, su secretaria personal. No cabía duda de que lo estaba malcriando, pero, ¿cómo resistirse a los deseos de aquella bendición que les había llegado a su esposa y a él cuando casi habían perdido toda esperanza de ser padres? Sí, no había nada en el mundo que le pudiera negar a su príncipe.

Una hora después, la señora Kenns tocó sombría la puerta del despacho y asomó la cabeza.

-¿Tiene un segundo, señor Gobernador?

-Sí, ¿qué ocurre?

-Es sobre la carta a Santa Claus de su hijo.

-¡Ha, estupendo! Déjela ahí, por favor, mañana mismo me acercaré al centro comercial con mi mujer.

-Creo que debe echarle un ojo, señor.

-Ha pedido demasiadas cosas, ¿no? Bueno, habrá que seleccionar, debe aprender que no se puede tener todo en esta vida.

-No, se trata de una de las peticiones...la última, la que el niño me ha pedido que subraye.-dijo la secretaria entregándole el folio a su jefe.

-¿Qué es? ¡Ha, ya sé, el dichoso mono de verdad! Pues eso si que no podrá ser porque...

El gesto relajado y feliz del Gobernador se quebró como un espejo, y su semblante se torno serio y agrio.

-¿Cómo se ha enterado de esto?

La señora Kenns se encogió de hombros. Eso no era responsabilidad suya.

-¡La madre que los parió, les tengo dicho que supervisen al niño cuando está viendo la televisión! En fin, como dije antes, siempre hay regalos que no se pueden recibir...

La señora Kenns se limitó a asentir y abandonar el despacho en silencio. Ella ya había cumplido con su deber.

Mientras, el Gobernador James P. Perkins arrugó la carta a Santa Claus de su hijo y la tiró con desprecio a la papelera, la misma a la que había arrojado el resto de peticiones de clemencia para Walter Hollis.

"Que no maten a ese señor de la cárcel. Decía que lo sentía mucho y que le pedía perdón a Dios todos los días".

¡Qué sabía ese mocoso de mierda de la vida!

No hay comentarios: