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domingo, 31 de enero de 2010

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existió: Una Tarde Inolvidable.

-Hermano Valerio.

-Dime, Rosales.

-Que no puedo ir a lo del encuentro con el Papa del domingo por la tarde.

-¿Y eso?

-El partido.

-¡Pero si jugáis el sábado y en casa!

-No, ya no. Me han llamado del club, que me han convocado del primer equipo.

-¿Del primero, primero?

-Sí, del de primera. Jugamos con el Bilbao.

Las alegrías, no por esperadas, son menos alegrías. Estaba cantado que no tardarían en subir al chaval a jugar con los mayores.

-¡Enhorabuena, dame un abrazo, hombre!

El Hermano Valerio se admiró, una más de tantas, de la sangre fría de Rosales. Otro estaría dando botes de alegría gritando por las esquinas, pero él se lo tomaba con una calma y una naturalidad impropias de un chaval de 18 años y días. Quizás ése era el secreto de su éxito.

Aquel era un partido que no se habría perdido por nada del mundo, pero la visita del Papa era nada del mundo. El amplísimo patio del colegio iba a ser la sede del "Encuentro Papal con la Juventud" y era impensable que un miembro de la orden anfitriona se lo perdiera "por irse al fútbol". En fin, así era la vida religiosa.

-Bueno, Hermano, ya le contaré cómo me va.

-En esta ocasión, lo podre ver por la tele.

Rosales regaló una de sus serias sonrisas.

-¡Claro!

-¿Quieres que rece por ti?

-Sí, me va a hacer falta toda la ayuda de este mundo y del otro.

-Está bien, pediré a Dios que juegues como un diablo.

-¡Hombre, primero pída que me saquen!

Aquello estaba muy, muy mal, pero...¡qué coño, que era un chaval del colegio debutando en primera! El aparatito simulaba ser un audífono, pero, en realidad, era un receptor de radio. Vamos, un transistor de toda la vida. No era la primera vez que recurría a aquella maravilla de la ciencia que le había hecho de encargo hacía años un ex-alumno que dio con sus huesos en la Formación Profesional electrónica.

Y allí estaba él, todo serio con la sesuda mirada puesta en su Santidad y la oreja y el alma en la narración radiofónica.

¡A calentar, ha salido a calentar! El partido estaba decantado, así que la cosa pintaba bien. El Hermano Valerio tragó saliva y se revolvió nervioso en su asiento.

¡¡El mister lo ha llamado!! ¿Cuánto queda? Mirada rápida al reloj y rápido cálculo mental. Algo menos de diez minutos. ¡Vamos, chaval! Se agacho para santiguarse sin que ni el resto de religiosos ni el Papa en persona lo vieran.

No sabía si era porque el narrador era excepcional o porque era una escena que había contemplado cientos de veces, pero lo vio todo como si estuviera en tribuna. El balón al compañero, rápido desmarque, balón que vuelve de la pared, Rosales solo ante el guardameta. Control, vista al frente, ese amago que le parte las rodillas al potero, sutil toque, todo en apenas un segundo. Sí, lo estaba viendo, ahí estaba aquel mocoso que nunca se cansaba de perseguir una pelota por el patio.

Hay momentos en la vida, pocos -afortunadamente- en que todo da igual, en que ni el trabajo ni el futuro, ni tan siquiera la vida misma importan; en que todo lo que creemos sagrado se rinde ante el impulso de ser humano.

-¡¡¡Gooooooooooooooooooooooooooooooooool, goooooool de Rosales!!!

Sí, la verdad es que romper el silencio acorazado que preside las alocuciones del Papá de aquel modo resultaba bastante embarazoso, aunque quizás fue peor lo de abrazar efusivamente a la Reverenda Madre de las Claretianas que tenía sentada a su lado.

Pero no se arrepentía ni un milímetro.

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