Jamás olvidaré el día aquel que me agaché para atarme un zapato y un tipo pronunció la frase: "¡Coño, si tienes una cana!"
Desde entonces hasta ahora, cada vez más y cada vez más rápido. E, irremediablemente, ha llegado el momento de afrontar la gran duda: "Teñirse o no teñirse". Aunque, en mi caso, la cuestión está bien clara (como el pelo): bastantes esclavitudes tengo ya como para buscarme otra más. Y si me ponen años en la facha, ya me los quitaré a golpe de sonrisas.
Por mucho que ya en restos capilares de los Antiguos Egipto, Grecia y Roma se encuentren residuos de un tinte basado en el plomo -lo que confirma que las canas han sido más bien poco populares desde el Octavo Día (o sea, el lunes de después de descansar Dios)-, este señor no se tiñe.
No importa que Brad Pitt, Will Smith o Ben Stiller le peguen al botecito con asiduidad, yo no.
Y me da igual que las señoras consuman el rubio multitonal por litros, y tampoco me seducen con el eufemismo del "baño de color para tu pelo".
¡Que no me tiño, leñe!
(Creo que me estoy haciendo mayor).
¿Tengo razón o no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario