Buscar en Mundo Jackson

domingo, 1 de febrero de 2009

Cuentos de Hadas que Terminan Regular: El General Peón.

Al viejo general le relajaba estudiar partidas famosas de la historia del ajedrez. Curiosa manera de distraer la mente del devenir de una guerra. Curiosos los generales. Curiosas las guerras.

Tan enfrascado estaba en su tablero que no se percató de la llegada de su hada madrina (que también tienen de eso los generales). Pero no llegó para concederle un deseo (que era derrotar al enemigo), sino para intentar darle un escarmiento.

***Toque de varita mágica***

El general parpadeó rápidamente (que es lo que dicen los médicos que hay que hacer en estos casos), pero resultó de nuevo inútil. Demasiadas preocupaciones, sin duda. O, quizás se había vuelto loco. Cosas de la guerra, que, de un modo u otro, te acaba destruyendo.

Torció la cabeza a la derecha. Ahí estaba: un peón negro del tamaño de un soldado. Le miraba con cara de pánico (los peones tienen ojitos, el problema es que nadie se molesta en fijarse).

-No creo que nos coman todavía, ¿verdad?

Hablaba, el condenado peón también hablaba.

-¿Cómo dice?

-Que espero que no nos coman todavía. La partida todavía está empezando.

El general analizó la situación con la velocidad que le daba la instrucción. El peón estaba en su diagonal. Una casilla. Se podían comer mutuamente. Se giró nervioso. Un caballo le protegía, pero eso no le tranquilizó demasiado. Él era un simple peón, y, quienquiera que estuviese jugando aquella demencial partida, podía decidir que compensaba cambiarle por el otro. Y, en cualquier caso, ¿cuál era la esperanza de vida de una pieza de tan ínfimo valor? ¿Cinco, diez movimientos...?

Una alfil sobrevoló su posición. Los dos peones miraron al cielo con el gesto de los soldados que ven pasar un bombardero.

-Ése era de los tuyos...¡A ver si hay suerte y dan mate antes de que nos aniquilen!

El general asintió con la cabeza. Y lo más curioso de toda era que, en aquel momento, le daba igual quién ganara la maldita partida. Sólo le importaba sobrevivir.

Las jugadas fueron pasando lentamente (los ajedrecistas y su maldita manía de pensar tanto las cosas). Tratando de sobrellevar aquella lenta agonía, clavados en mitad del desierto damero, el peón enemigo se lio a charlar, y, entre muchos sollozos y alguna risa de nostalgia amarga, le desgranó toda su vida al general. (¿A que no sabía usted que los peones de ajedrez tienen mujer, madre e hijos?)

Hasta que pasó lo que tenía que pasar: dos gigantescos dedos tomaron al peón enemigo por la cabeza. Pieza tocada, pieza jugada. No había solución.

Mientras se elevaba lentamente, lanzó una mirada de angustia y lágrimas a su recién estrenado amigo. Su único consuelo era que apenas tendría tiempo de sufrir el miedo y la culpa, pues el caballo terminaría de inmediato con su vida.

Su asistente encontró al general con el rostro descansando en el tablero. Estaba muerto. Fulminado. A la bienintencionada hada madrina se le había ido la mano.

Lástima, porque el viejo militar había aprendido una lección que habría podido salvar las vidas de muchos peones de carne y sueños.

2 comentarios:

J.P. Morales dijo...

Muy interesante el relato. Me gustó la analogía entre el tablero y el campo de batalla, lo que se pasa en ambos lugares, que acaso no serán el mismo lugar en formas diferentes. Muy buen material,de escritor a escritor, jeje.

Daniel Jackson dijo...

Gracias, me alegro de que te haya gustado :-D