-¿Es usted perfecto?
El entrañable, el delicioso, el carismático hombre de la barba blanca sonrió confundido al público y replicó a la presentadora:
-¡Sólo Uno es perfecto, y está ahí arriba! Y, en cualquier caso, muchos otros están bastante más cerca de la perfección que yo...cualquier niño o cualquier niña, sin ir más lejos.
El público del plató estalló en un espontáneo aplauso. La propia presentadora, que tan a gala tenía lo de su ateísmo teñído de feroz oposición al clero, no pudo evitar decir:
-¡En fin, mejor terminamos aquí la entrevista, padre Benvole, que a este paso me va a convencer usted de que Dios existe!
-¿Acaso lo dudas, hija?
La presentadora dudó un segundo, raro en ella.
-Pues, lo cierto es que sí.
-¡Bueno, eso es lo de menos! Lo que Dios quiere realmente de nosotros no es que creamos en Él, sino que hagamos el bien al prójimo, y me consta que tú lo haces con creces.
-¡Lo dicho, que me a poner usted colorada!
El padre Benvole se levantó y, sin perder su peremne sonrisa, le plantó un sonoro beso a la presentadora en la frente.
-¡Dios te bendiga, hija mía!
Fin de le entrevista.
Lo dicho, que ese tío era perfecto.
En una esquina del plató, en un discreto segundo plano fuera de cámara, el padre Juliano contemplaba la escena cruzado de brazos. Y, quizás, también de cables.
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