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viernes, 2 de abril de 2010

O te lees Esto (O No Sabrás Nada Sobre Hoteles)

Soy una persona de extremos hoteleros: he pernoctado en establecimientos de cierto nivel y en auténticos antros.

La duda que me asalta, cual Curro Jiménez, es si merece la pena pagar la diferencia.

Porque los hoteles más caros son todos igual. Vale, igual de buenos, pero iguales al fin y al teniente.

En cambio, ¡cómo olvidar esos hoteluchos que me dieron económico techo en el Reino Unido! Cada uno, con personalidad propia.

En uno, la ventana de mi habitación era la salida de incendios del edificio; en otro, me metieron en un antiguo almacén rehabilitado y en un tercero, tenía privilegiadas vistas (y, sobre todo, oídos) a una calle por donde sólo pasaban coches cuando estabas a puntito de coger el sueño.

Situaciones que, en el momento, son incómodas tirando a kafkiano oscuro, pero que luego, te acuerdas y te ríes. Y, en especial, hace de todos aquellos lugares algo inolvidable.

¿Son mejores los grandes hoteles, con sus camitas inmensas y confortables, su desayuno por lo bufé y su perfecta climatización?

La respuesta es sí. (¡No te fastidia!)

Una de las pocas pegas que les pongo a los hoteles caros: tú quieres un mapa de la ciudad, y vas a recepción a pedirlo. Te sacan uno precioso, que casi te dan ganas de enmarcarlo y, de repente y sin anestesia, la señorita le hace un circulo gordísimo a boli y te dice "el hotel está aquí".

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