"Los políticos, los políticos y su maldita costumbre que confundir los intereses del país con los suyos propios", eso había pensado el agente "Puma Delta" cientos de veces, lo había pensado cuando le habían encomendado misiones absurdas (intimidar a unos niños que se metían con el retoño del señor ministro, ¡hay que fastidiarse!) y lo había pensado cuando le habían encomendado aquella.
No le daba rabia morir, sino morir por aquello. Pero ya le había dado demasiadas vueltas al asunto y el de su negocio era un mundo en el que tan malo era pensar de más como de menos.
Siempre se había tenido por uno de los que lucharían hasta el final y, antes de irse de este valle de lágrimas se buscarían compañía para el viaje, pero se había equivocado. O, quizás, simplemente era que estaba harto de todo.
Salió con las manos en alto, y no le dieron tiempo ni de levantar la mirada.
Su último pensamiento, su último consuelo, fue que, al menos, aquella bicha intrigante y sin escrúpulos se iba a quedar sin su tan amado poder.
* * *
¿Quemarlo, romperlo en mil pedazos..? No aquello merecía una suerte todavía peor, por los muchos problemas que había generado.
La señora presidenta tiró de la cadena. Cierto que el papel estaba bien rugoso, y, pese a ello, había gozado más limpiándose que evacuando.
Sonrió. Todo estaba bajo control. Le había tocado pagar una cantidad no despreciable -aunque tampoco era tanto para ella- y dos o tres pringados habían muerto. Pero, tonterías aparte, todo seguía igual.
Toda estaba bajo control, todo está bajo control, todo estará siempre bajo un perfecto control.
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