"¡Honradez demostrada, hasta cuando era una niña! ¡Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces! Dentro de poco, le vamos a mostrar y demostrar a este país cuál es la verdadera honradez de esa señora".
-¡Apaga eso!
El esbirro de traje, corbata y máster acató la orden como un corderito y quitó el televisor.
-Pero, señora presidente, tampoco es tan grave que...
-¿Eres retrasado o qué? ¿No recuerdas lo que dije en el mitin de cierre de campaña: "Si alguien demuestra que he hecho trampas una sola vez en toda mi vida, presentaré mi dimisión irrevocable de modo inmediato".
-Ya, eso es cierto.
-Bueno, por sus palabras, deduzco que esa gente está cerca de la chuleta, pero todavía no la tiene...
-¡Señora presidenta! -el joven y prometedor Gonzalo Cosés irrumpió sin llamar.
-¿No había dicho que no nos interrumpieran bajo ningún concepto?
-Pero, señora presidenta, es una noticia de la máxima importancia.
-¿Qué, que ha aparecido el cadáver de ese mamarrabos de Tejerizaga?
Gonzalo Cosés se quedó más blanco que su camisa de marca.
-¿Cómo lo sabe?
-¡Eso da igual, chavalín! Tenemos que movernos rápido y bien, esos cabrones tendrán la chuleta en cuestión de horas. Ponedme con Ayuseras.
Ignacio Ayuseras era para familiares, amigos y vecinos un honrado viajante de géneros textiles de una fábrica del extrarradio de la capital.
Obviamente, era el jefe del servicio secreto.
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