-Obra en mi poder la chuletita que se hizo usted hace muchos años, señora presidenta.
-¡Pero su padre me garantizó que había sido destruida al terminar aquel curso!
-Ya ve, el viejo no era tan tonto como se creía usted. No me podía legar una gran herencia, al contrario que su padre con usted, pero al menos me ha dejado esto. Pero, como puede suponer, está a la venta por un muy módico precio.
-¿Está intentando chantajearme, imbécil?
-No se pase de lista. El documento está a buen recaudo, y, si me pasa algo a mí, una persona de mi total confianza tiene orden de enviárselo a sus enemigos políticos. Ya me pondré en contacto con usted para cerrar el trato.
El hijo de Don Fabián había visto muchas películas. Los hombres de la presidenta en cuestión de minutos localizaron la chuleta. Su padre había contratado una caja de seguridad en un banco al poco de tener su entrevista con la presidenta. De la misma tenían llave el propio hijo de Don Fabián y el abogado de la familia, un tal Tejerizaga. Por desgracia, cuando se personaron en el banco para llevársela (¿de verdad cree usted que las cajas de seguridad de los bancos son a prueba de políticos? ¡Qué poco conoce entonces a los banqueros), ya se les habían adelantado.
Pero, ¿quién?
El enigma tardó poco en resolverse por sí mismo, y por vía telefónica.
-Hola, creo que tengo algo que le interesa, señora presidenta.
-¡No me jodas, Tejerizaga! ¡Deja de hacer el imbécil y tráeme la chuleta de inmediato!
Ya ve, para la señora presidente, el enigma jamás fue tal. Ella sabía que el binomio "persona de total confianza-dinero" siempre da como producto "traición".
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