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jueves, 13 de febrero de 2014

La Insoportable Estupidez del Marido de Encarni.

Le había advertido, le tenía avisado, ¡qué diablos, le había amenazado, y muy, muy en serio esta vez!

Pero Martín era así, y no iba a cambiar con casi cincuenta años. En realidad, no podía quejarse: ya era así de novios, y ella había elegido casarse con él.

-Con los años madurará, mamá- le había dicho Encarni a su madre. La señora se limitó a negar-resignada- con la cabeza. ¡Y qué razón tienen siempre las madres!

Se lo había hecho por primera vez en el viaje de bodas, y casi les cuesta el divorcio. Lo malo fue que, con la fogosidad de la ocasión, a ella se le había pasado rápidamente el enfado.

Y, desde entonces, una tradición cada vez que dormían fuera del lecho conyugal: ella pasaba al cuarto de baño a ducharse, él le daba un par de minutos para que se confiara y, camuflado en el ruido del agua cayendo, irrumpía en el baño, habría de golpe la cortina y simulaba ir a apuñalarla con lo primero que hubiera encontrado.

Sí, como en "Psicosis", la condenada película.

Ella no debería ya asustarse a estas alturas, pero no podía evitarlo. No disfrutaba del placentero momento del agua calentita resbalando por su espalda, siempre en tensión en espera del fatídico y dichoso instante de la payasada sin gracia de su cónyuge.

Quizás, hasta debería plantearse lo del divorcio.

¡Zasss!

¡¡Ahhh!!

¡¡¡Joder!!!

¡¡¡¡Me cago en la madre que te parió, mamón!!!!

El gilipollas de su marido alcanzaba nuevas cotas de estupidez: se había agenciado el disfraz completo, peluca incluida.

Sin duda, para Encarni había llegado en el momento de contactar con su abogada.


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