"Ande yo caliente y ríase la gente".
La frase cautivó la curiosidad de Cristinita Barba, como con tanta frecuencia ocurría. Cristinita quiere saber de todo, y odia quedarse con la duda.
-¿Qué significa esto, señorita Adela?
Cuando unos tiene siete añitos, sólo Dios y la señorita de turno lo saben absolutamente todo.
-Pues que tú te tienes que preocupar de ti mismo, de estar bien, de tus intereses, y no hacer caso a lo que los demás piensen de ti o te digan a la cara?
-¿Qué son "intereses", seño?
-¡Pues lo que a ti te conviene!
Cristinita Barba asintió pensativa, con esos ojitos de ordenador procesando información y se volvió a su sitio.
"Esta niña llegará lejos", pensó para sí -orgullosa- la seño.
Cuarenta años después, la señorita Adela contempla con rabia cómo la pequeña Cristinita, ahora doña Cristina y cargo electo con derecho a despacho, hace su entrada triunfal en los juzgados. Ha ayudado a robarle a mucha gente su ahorros tan honradamente arañados a la vida. Y la señorita Adela es una de las personas afectadas.
La multitud, allí congregada, la está llamando de todo, sus gritos se cuelan por entre la indiferencia agresiva de los policías.
Cristinita, tras unas gafas de sol de las caras, se limita a sonreír con chulería e ignorar con desprecio.
"¡Ande yo caliente y ríase la gente!"
Mucho cuidado con lo que le enseñas a un niño, porque puede que lo aprenda.
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